A la sombra de los sueños

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La larga línea de eucaliptos se mete detrás de la tranquera. Añosos, entremezclados con los clásicos “machos” o medicinales que le dicen, son dos o tres hileras entre cada línea, mientras la huella de la entrada demuestra prolijidad, más allá de alguna que otra rama que ha caído en algún viento, por vieja, por seca, por fuerza, aunque es claro que allí los vientos no perforan la cortina, aunque por aquí nunca se está a salvo de algún fenómeno exagerado que termine con los años de tanto esfuerzo en buscar la luz y arraigarse a una tierra y a un clima no siempre amigable.

 

La prolijidad del lugar da cierta envidia, hay eléctricos, es cierto, pero sin dudas han cuidado de que la hacienda no se tiente de las cortezas, de mucho rascado o de cuestiones que pudieran lastimar tanta historia. En estos lugares poseer el tesoro de varias hectáreas de sombra el pleno verano, puede ser tentador, pero también es cierto que aprovechar hasta el último lugar de pastoreo, se torna obligatorio en medio de tanta miseria.

 

Muchas veces juego con los árboles, claramente aquí hubo mucho trabajo, me vienen a la cabeza relatos de familias enteras, regando a mano, planta por planta, matando hormigas, poniendo tutores, reemplazando alguna que se quedó en crecimiento, es imposible no admirar por un rato, las ganas de soñar y creer, de aquellos que hace 50 o más años, testarudamente emprendieron un “monte” y hoy forman parte del ingreso, de un parque o de un simple tesoro al costado de mangas y corrales.

 

Alguna vez hace muchos años, ganó la teoría de que en las llanuras pampeanas, la hacienda no necesitaba sombra, de allí que en esos llanos, aún no se ven plantaciones, “la hacienda se pone vaga, está horas y horas a la sombra y eso baja la producción” sostenía la teoría de un reconocido inglés que impulsaba a que los animales, no tuvieran la oportunidad de un refrescante descanso. El bienestar animal, la lógica y el beneficioso efecto de los árboles en los paisajístico, en el reparo y otros méritos, hicieron poco a poco que la pulseada fuera a favor de los pobres bichos, que hoy en muchos casos, vemos “enfilados” detrás de la larga sombra de un molino de viento, detrás de un poste o donde fuere, escapando a la inclemencia de un verano y un sol, que seguramente, son mucho más poderosos y sentidos que los de cincuenta años atrás.

 

Habrá muchas otras teorías, todas ciertas seguramente en lo agronómico también, con lotes cuya siembra cercana a sus grandes raíces suele perder la carrera en el crecimiento, o bien en pleno invierno donde la helada del lote tardará muchas horas más, en la comparativa del lote con sol, donde el cultivo tal vez también se retrase. O qué decir en las épocas de furor del “yuyo”, donde campos con aguadas y molinos en medio del potrero rodeado de buena sombra, eran extirpados de pleno, para dar paso al oro verde, cuando tal vez hoy con una ganadería más competitiva y de valor, muchos se arrepientan de ni siquiera haber dejado el australiano para que un mosquito o un camión de bomberos (si la desgracia llega), puedan abastecerse del “pion de fierro” y salir a pulverizar malezas o a apagar las llamas en alguna situación desesperante.

 

Por eso cuando llego a un campo con un ingreso de árboles, enseguida me predispongo, siento respeto al esfuerzo, me da nostalgia el saber que mucho de lo que allí se hizo, se hizo para otros, se pensó en un futuro, se soñó y mientras recorro la huella, me siento parte de esa esperanza que ellos tuvieron, por eso no me apuro, disfruto cada metro, busco en cada planta, me sorprendo con aquellos que metieron un pino entremezclado, algunos olivos, ornamentales y hasta algún frutal, forzosos productores, paisanos, estancieros, pero sobre todo, crédulos de un país que alguna vez sería grande y que aún tenemos la posibilidad de ser. Pero para eso, hay que empezar a plantar, hoy mismo, no hay tiempo para seguir esperando.

 

(*) Foto Esteban Curras - Ingreso a "Los Chañares" Laguna del Sauce, Monte Hermoso

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