El sabor de cada día

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

No te cansa viajar? Es la pregunta recurrente que amigos, allegados y hasta clientes muchas veces me repiten, cuando al finalizar la semana uno hace el recuento de los kilómetros, los lugares visitados, las ferias transitadas, los potreros recorridos.

 

Por un instante comienzo a hacer el repaso y lo primero que se me viene a la cabeza fue la luna de esta semana: ahí estaba radiante al final de la ruta, llena como nunca, cuando abrí el vidrio y vi entremezclado el rojizo del sol que recién acababa de irse detrás de una arboleda allá a lo lejos, camino al Perdido cerquita de Dorrego. “Hay eclipse mañana” me dije para mi mismo, como buscando una nueva excusa para poder madrugar y disfrutar como nadie, el vidrio abierto cuando todavía se siente el olor a mañana fresca y la ruta no parece tan terrible como muchos la imaginan.

 

Vuelvo al atardecer y el zorro agazapado parece conocer las velocidades, cruza allá a lo lejos y apenas alcanzo a encontrarlo entre las pajas pegadas al alambre, sin importarle demasiado si el paso del vehículo realmente representa un peligro en sus andanzas. “Pucha si no fuera por el daño, que lindos que son” reflexiono para adentro.

 

La luna se hace grande y no llego sin parar hasta el destino, hay obligaciones que no esperan. Para quienes andamos bastante la cosa es sencilla: hay que esperar un cruce de tierra, bajar unos doscientos metros y el baño privilegiado está a la vista. Qué, acaso nadie para a la pasada? Me bajo y los primeros que me botonean son los teros, a puro grito juegan por el aire, mientras que las luces apagadas de la chata y los primeros ruidos de la noche en el medio de la nada, son el mejor concierto que cualquier ser que se precie ser parte de la naturaleza, jamás podrá escuchar.

 

Es cierto, salí temprano, lo dicho, la mañana suele ser única. El mate en el medio de la guantera, el termo listo y el matear solo implica cierto placer, más allá de las maniobras que siempre deben hacerse con responsabilidad y pericia, cuando se maneja solo. Somos observadores, por eso jugamos con los trigos que aún le faltan, con las cebadas entregadas, con los posibles rindes, con las vacas viniendo de algún otro potrero –alguien madrugó más me digo a mi mismo- porque así lo indica la fila india formada. Todos, somos todos observadores de lo que pasa en campo ajeno, la ruta, es el cine, es el mercado, es el clima, es el manejo, es la sembradora, es el mosquito recién pasado, todo lo vemos, todo lo analizamos desde el asfalto.

 

El bocinazo me saca de mis pensamientos por un segundo, hay que hacer el cálculo para que los pájaros que están en la ruta, no terminen en un vidrio, por eso siempre son dos, logrando que vuelen instantes previos. O cómo no saludar al paisano de a caballo, ese que no conocemos, pero que siempre, siempre, levantará la mano a la pasada. Claro, el molino de allá atrás estaba cerrado – calculo en unos pocos segundos – imaginando que su destino estaba en ese australiano, más allá de la habitual recorrida de alambrados.

 

Ahora si, me digo subiendo a la chata, mientras que con un par de maniobras, dejo el camino vecinal y vuelvo a la ruta. Pienso en lo que fue la mañana, el olor del rocío en el parabrisas, el remate de Bertín, la jornada en Pringles, las sierras de pasada y el asado con amigos que me espera en medio del campo, con tintos, con picada, con buenas charlas.

 

No te cansa viajar? Fue la pregunta, mientras en este momento es domingo, levanto las cortinas y veo el sol asomando desde el mar, porque ayer aquí hubo un remate y yo trabajé y yo viaje hasta aquí para poder estar y contar lo ocurrido. Hay privilegios que solo quienes vivimos día a día, observando, disfrutando y sobre todo, siendo parte, somos capaces de poder interiorizar y entender que más que nunca en esta vida, no importa llegar, simplemente lo que importa, es disfrutar el recorrido. 

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