La maldición exportadora

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Recorrer determinados lugares de la zona nos traslada a otros tiempos, donde los caminos vecinales eran verdaderas arterias para una vida interior plagada de trabajo. Las calles paralelas a la vías, siguen siendo fieles testigos de un país inmenso, plagado de gente con ganas de forjar su destino, lejos de las comodidades de un subsidio, más lejos aún de un estado secuestrador, dispuesto a la más perversa de las humillaciones, con el único fin de asegurarse un voto futuro. La política, sigue en una caída sin final, con dirigentes que desnudan cada vez que hablan y opinan, la mediocridad en la cual nos van sumergiendo, sin prisa pero sin pausa.

 

La polvadera se hace grande en el espejo, mientras que las piedras del camino obligan a transitar lento, fruto del completo abandono en el lejano recuerdo de haber visto alguna vez una “Champion” trabajando. “Es tierra de nadie”, me digo por dentro, mientras cruzo el tercer puesto abandonado del camino. Qué pasó? Qué es lo que pasa? Mientras tanto, millones de subsidios llueven por la cabeza de Argentinos a los cuales no se les pide ni se les exige absolutamente nada. Y si poblamos esto? Si los hacemos trabajar? Acá no hay Grabois que valga, se trata simplemente de que en contraprestación de lo que damos, se devuelva en trabajo. Dignidad que le llaman.

 

Muchos hablan de lo que ha significado la tecnología, los avances en la agricultura y ganadería, la digitalización, los manejos, todo puesto al alcance para el servicio de la producción, esa de que muchos creen que es mágica, que es un derecho adquirido, que si hay vacas debe haber carne y si hay carne, debe ser barata. Sin embargo, el primer golpe de gracia lo dio un tal Moreno con la actual vicepresidente, y la desaparición de 12 millones de cabezas- el stock entero de Uruguay-, para que hoy aún, estemos sufriendo ese faltante que debía generar carne barata a como de lugar. Funcionó perfecto, poco más de un año, porque casi 10 años después, seguimos pagando las consecuencias.

 

Y el horizonte no es bueno, cuando vemos que cada paso, que cada decisión, solamente produce un alerta en aquellos que invierten, que miran a largo plazo, que ven que si no se simplifica el manejo, si no se reducen los costos, si no se transforma el negocio, los números no dan, el estado siempre es ganador, es el socio en la cosecha, jamás en la siembra.

 

Y ahí estamos, en ganadería conseguir empleados y darles las condiciones necesarias para el crecimiento, es casi una cuestión exótica. Por eso, todos tienden a simplificar, todos en definitiva, producen más eficientemente, con mucho menos. En agricultura, no existe otra manera, o sos eficiente, o estás afuera, no hay grises. Y ser ineficiente, es tener empleados, esa es la ecuación que ha provocado un estado voraz, incapaz de generar condiciones de inversión y todo el tiempo, cambiar las reglas de juego, todos condimentos ideales para ser cada vez más eficientes y cada vez generar menos trabajo.

 

Por eso da tristeza, escuchar a un diputado hablar de la maldición exportadora, retroceder 100 años en el tiempo, con una dicotomía que únicamente puede persistir en un país menos que subdesarrollado: la antinomia campo-industria. No se trata de no dar valor, no es cuestión de materia prima, no hay que comparar a ningún país del mundo, menos aún con los precios. Existe una única manera de tener mejores precios al consumo interno, más elaboración de materia prima y menos subsidios para todos: aumentar la producción. No hay otro camino posible, pero para ello, hay que incentivarla, dejar de extraerle, pensar en el largo plazo, querer crecer como país, no como gobernantes, no en el número de votos.

 

Hay una única maldición exportadora: la que no nos permite exportar idiotas.

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