Divagues de un domingo cualquiera

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

La taza de café humea. Estoy frente a una hoja en blanco que se refleja en la pantalla de mi notebook, mientras que el cursor espera pacientemente, aunque titilando, que acerque mis dedos al teclado para descargar las ideas, los sentimientos, que afloran en esta mañana de primavera. Miro por el ventanal del balcón el viejo, y a la vez hermoso, edificio de la Estación Sud y me veo reflejado en sus andenes, bajando del tren que me transportó alguna vez desde mi querido pueblo de Saavedra a esta también querida Bahía Blanca. Ambos lugares, son amores entrañables, como lo es también el establecimiento de campo familiar en el centro sud de la provincia de Córdoba.

 

Mientras mis dedos entrelazan teclas volcando en palabras estos sentimientos, tengo para mí que el pueblo, la gran ciudad y el campo, lejos de ser una dicotomía, tienen coherencia y se manifiestan a medida que voy entrando en años en mis escritos, en mis palabras, en mis acciones. Ninguno de esos tres lugares físicos está separado. Al contrario, existen vasos comunicantes naturales y que a veces los seres humanos nos empeñamos en verlos como compartimentos estancos, egoístamente cerrados, y por eso no evolucionamos.

 

Pueblo, ciudad, campo están entrelazados desde que el hombre comenzó a vivir en comunidad. Los que los habitamos -con nuestros defectos y nuestras virtudes- somos los que damos vida y valor a esos espacios en la medida que los abrimos y tejemos redes comerciales, relaciones y afectos. La pertenencia debería ser transformada en pertinencia, es decir, en una correspondencia de acciones que nos permitan adecuarnos en un determinado contexto que nos englobe, ya no como partes sino como un todo.

 

No deseo hacer autobombo, pero en “Mañanas de Campo” nos esforzamos diariamente y domingo tras domingo, por transmitir ese todo a través de las distintas voces que brindan opiniones, información de las diferentes actividades que unen al campo con nuestros pueblos y ciudades, conociendo a los protagonistas urbanos y rurales por sus acciones. Es un puente que siempre está construyéndose sobre valores y principios republicanos, porque cuanto más elegimos mantener nuestros valores, más nos esforzamos para poder vivirlos con éxito.

 

Sigo mirando a través del ventanal del balcón mientras mis dedos continúan hilvanando la columna. Vuelvo al interior de la Estación Sud y me veo con el bolso y la valija preparada con esmero por mi mamá en medio de la vorágine que se produce con la llegada del tren. No me siento solo. Tengo apenas 18 años y deseos de abrirme paso haciendo que mi vida tenga sentido. Creo que no me ha ido tan mal, aunque como es natural, ha veces he tenido que retroceder para volver a empezar. La vida, ese sentido innato de relación, me ha permitido rodearme de buena gente a la que no olvido y que me ha abierto caminos y puertas, buenos consejos, y, por supuesto, una familia.

 

Saco mis dedos del teclado y sigo mirando por el ventanal del balcón a esa vieja y hermosa Estación Sud. El café se fue enfriando y ya no humea. El Coronavirus sigue presente y hay que seguir guardado. No importa, nunca llegará a infectar a nuestros sentimientos y a nuestros pensamientos. Es la última muralla que nunca podrá asaltar.

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