La Amistad y la Luna, una hermandad

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El 20 de julio de 1969 todos mirábamos la Luna. La Argentina, el mundo, se paralizó. Allí estaba, con sólo 13 años, escuchando en la radio spica los comentarios de los periodistas y la voz del astronauta Neil Armstrong inmortalizando aquellas palabras dichas tras posar su pie izquierdo en tierra selenita: “Un pequeño paso  para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad”.

 

En mi casa nos conformábamos con imaginar a través de la radio lo que estaba ocurriendo, porque no teníamos un aparato de televisión. Pero aquel Pepe adolescente no necesitaba nada más que la imaginación. Lejos estaba de saber que aquella misión espacial empleaba un computador de navegación de 2 KB de memoria, 32 KB de almacenamiento y una velocidad de procesamiento de 1.024 KHz. Esto es cuatro mil veces menos memoria que uno de los teléfonos celulares que no permiten mucho más que hablar, y quizás ejecutar algún juego.

 

Aquella hazaña protagonizada por Armstrong, Aldrin y Collins para mí fue como ver más que cumplido el relato de Julio Verne, de quien había leído muchas veces en el libro “De la Tierra a la Luna”; porque esta vez el módulo lunar había arribado y despegado para acoplarse a la Apolo 11, a diferencia de aquel proyectil tripulado por Barbicane, Nicholl y Ardan, disparado por un cañón, que terminó convertido en satélite de la Luna.

 

Días después, en la televisión que había en el bar del Club Atlético Saavedra, con algunos compañeros de Educación Física, vimos el rescate de los tres astronautas en aguas del Pacífico. Algo nunca visto hasta ese momento, al menos, por mí.

 

Han pasado 50 años y me siento también protagonista de aquel hecho histórico porque lo viví plenamente. Eran tiempos donde la imaginación y los libros de Julio Verne o de Emilio Salgari mataban la monotonía del pueblo, junto a la música de los Beatles o de las bandas argentinas que comenzaban a sonar en los “asaltos” en las casas de amigos.

 

Y ya que hablamos de amigos, también ayer lo vivimos, y por si alguno no lo sabe es un invento argentino, que encontró inspiración en un odontólogo, músico y profesor de psicología, filosofía e historia. Se llamaba Ernesto Fabbraro y ese 20 de julio de 1969, cuando el hombre pisó la Luna, tuvo una idea repentina: conectarse con el resto del mundo a través del envío de cartas. Fueron 1.000 mensajes los que envió. Todas las misivas fueron a diferentes personas de diversos países. La respuesta no tardó en llegar: 700 personas le respondieron su carta y, de esta forma, quedó instalada esta fecha como el Día Internacional del Amigo…

 

Hoy no necesitamos enviar 1.000 cartas. Un simple mail, un whatsapp un mensaje en Instagram o en Tweet basta para conectarnos con millones de personas. Lo importante no es el medio por el que enviamos el mensaje. Lo importante es lo que encierra la palabra y la acción de la Amistad, ese sentimiento que nos hermana en las buenas y en las malas. No importa dónde estemos. Importa que nos une algo que no podemos expresar en palabras, pero que sí podemos demostrar con hechos o simplemente con un simple abrazo.

 

La Amistad como la Luna está ahí, hermanadas, a partir de aquel “pequeño paso  para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad”.

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