Sin rumbo, pero seguimos navegando

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Desde hace muchos años pareciera que flotamos en un barco sin timón y no sabemos dónde está el puerto. No obstante ello, es preciso seguir navegando.

 

En medio de esa vorágine se unen, por lo grotesco, las chicanas de los sindicatos, los escraches armados y a medida, planes económicos que no cierran, los atajos cuasi infantiles de un peronismo y un radicalismo cuyos botecitos hacen agua, algunos corruptos presos que se sienten Cristo y otros perseguidos políticos, empresarios coimeros, los jueces de la Corte sacándose los ojos por una oficina de prensa. El barco sigue, sin rumbo, pero sigue.

 

El barco, aunque a la deriva, se mantiene a flote porque le quedan algunos remeros duchos que siguen con su faena de noche y de día. Están firmes en sus puestos, aunque dudan que les deparara como destino y si alguna vez alcanzarán un puerto.

 

Estos remeros son los que, aunque no les alcanza el dinero, luchan por alcanzar la dignidad a través de su trabajo; son los que investigan con pocos recursos, pero persisten haciendo valer su ingenio y su perseverancia; son los voluntarios de las ONG o cooperadoras; son los trabajadores rurales; los empresarios agropecuarios que persisten en continuar el legado recibido, aun cuando el granizo les llevó la cosecha; son los docentes cuya vocación es tan fuerte que los paros no los para; son los jóvenes que estudian con un horizonte cierto y preciso, sin necesidad de tomar escuelas o universidades.

 

Mientras éstos y otros fieles remeros hacen su trabajo, existen personajes que imaginan un ser humano y una sociedad imposibles. La parábola griega del Lecho de Procusto sigue teniendo espantosa actualidad. Existe en sus cabezas un molde imaginario de la realidad social que no corresponde con la verdad porfiada. Por eso viven estirando o cortando el cuerpo para acomodarlo al lecho del esquema.

 

Estos personajes impiden deliberadamente que funcione la democracia y que cada uno se pertenezca a sí mismo; que sea el dueño de su propio destino. Por eso bloquean permanentemente el ritmo de aquellos remeros que mantienen a flote el barco, porque tienen miedo de que a alguien se le ocurra arreglar el timón y ejercer lo que debería ser insoslayable en la democracia: llevar el barco al mejor destino.

 

El mejor antídoto contra los que se sienten Procusto será la perseverancia y la cooperación flexible de los remeros. Ello nos hará sobreponernos sobre los que intentan que sigamos fisionando pedernales en vez de átomos.

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