Mientras resista, que no se corte

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo  

Con números que asustan, el valor de los arrendamientos para el sector agropecuario, no se condicen muchas veces con el valor del riesgo de capitales que se asume. Así, en lo que podría significar un verdadero casino de posibilidades, algo suena mal en el equilibrio de quienes producen vs quienes viven de la renta.

 

El debate sigue abierto, para muchos ni siquiera es mencionable, pero en algún momento, hay que impartir justicia. La única realidad es que el mayor negocio en la Argentina, es aquel que carece de lo que alguna vez pregonaron los forjadores de este país: el trabajo genuino. “Es increíble, hoy gano más de vacaciones en familia que laburando 12 hs”, dispara un amigo que con sus cuarenta y pico a cuestas, goza de los beneficios de la timba financiera. Despedido de una importante multinacional, en la desesperación de no saber cómo reinsertarse después de más de 20 años en relación de dependencia, los “Lebacs y otros valores” mantienen a mejor nivel de vida que lo que el trabajo profesional, podía ofrecerle. Nadie podrá discutir la legalidad, pero no caben dudas de que algo está mal en la Argentina. Libres de impuestos, lejos de la Afip y cuanta persecución tributaria exista, hay otro mundo en cuestiones financieras que unos cuantos, aprendieron a disfrutar.

 

En un sentido similar, cientos de productores en las zonas agropecuarias de más productividad, han decidido dedicarse a gozar de los beneficios de la renta. Con alquileres siderales en valor soja, es más seguro recorrer el mundo y dormir hasta tarde, que someterse a los avatares de la siembra, la cría de terneros, la cosecha o el engorde vacuno. Como si no fuera suficiente, a la hora de los tributos la desigualdad se ensancha: ¿es posible que quien invierte en la tierra, fertiliza, genera trabajo directo e indirecto, hace girar la rueda impositiva a partir de sus gastos, sus empleados, etc, termine siendo quien realmente paga los gastos del arrendatario? Totalmente, esa es la Argentina no productiva, el país en donde laburan unos pocos para que el resto lo disfrute.

 

Las otras grietas no son menores: la intermediación suele ser el mejor de los negocios a la hora de competir mano a mano, con quien en definitiva, los produce. Allí nacen decenas de comisiones, gastos y otros, que involucran al sector inmobiliario, martilleros, corredores, consignatarios, dateros, fleteros, comisionistas, bancos y cuanto eslabón exista, en donde absolutamente todo, debería ser “revisado” en cuanto a rentabilidades, todas, más convenientes en cuanto a riesgos, ingresos, tributos y negocio que surja desde la base productiva.

 

La producción, por si misma, se hace cada vez más pesada en cuanto a la “carga” que debe arrastrar para lograr en definitiva, vender un producto que no debería ser más diferente que un simple televisor o un automóvil. Sin embargo, la “cadena” cruje y se estira cada vez más fuerte, ante un sinfín de eslabones que arrastra sin que los estímulos lleguen de parte del estado o hasta de los propios eslabones que sin ella, en definitiva dejarían de existir.

 

Hay discusiones para dar, debates que iniciar y temas, que en algún momento, deben dejar de ser “tabúes” por conveniencia. Sin dudas del campo al plato, hay un mundo que no cuida el origen de todos los negocios, empezando por el propio productor que jamás entendió el valor de su peso en conjunto. En definitiva, de esa individualidad, se sostiene el sistema.

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