Un modelo fuera de escala

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Con una inflación que no da tregua, con costos crecientes y un mercado congelado durante los últimos dos años, muestran un sector ganadero que depende pura y exclusivamente del tamaño de su escala a la hora de los posibles quebrantos. El arte de fundirse trabajando, sin darse cuenta.

 

Los números son contundentes, según el reconocido analista de Valor Carne, Miguel Gorelik: “en 2017, la curva de precios reales fue similar a la de 2016, pero siempre en un nivel más bajo. En promedio  fue 12% más bajo que el anterior. El precio real de diciembre perforó los niveles mínimos anteriores, marcados en septiembre de 2013 y en enero último, ubicándose 4% por debajo de estos”. Sin dudas, no mucho más para decir, cuando la inflación sigue erosionando los valores y el mercado permanece inmóvil ante dichos parámetros.

 

En materia agropecuaria el insumo que más impacto provoca sigue siendo el Gas oil, uno de los más sensibles a la hora de los ajustes. No conformes con un producto que crece prácticamente trimestralmente, ahora la noticia para terminar el combo, apunta a no poder descontar el 100% de las ganancias, algo que hasta ahora al menos, generaba un saldo positivo. “La normativa vigente (Ley 23.966) disponía que los productores agropecuarios y contratistas rurales podían computar en el pago a cuenta del Impuesto a las Ganancias el 100% del impuesto a los combustibles líquidos contenido en las compras de gasoil –efectuadas en el respectivo período fiscal– que se utilizaran como combustible en maquinaria agrícola de su propiedad. El proyecto de reforma tributaria elaborado por el equipo económico del gobierno nacional –reducía esa proporción al 60%. Cuando el proyecto llegó al Congreso, los legisladores decidieron aplicar un nuevo tijeretazo para establecer el tope en un 45%”, sin dudas, otro golpe bajo al sector que más aporta a la economía nacional.

 

La pregunta es, hasta donde se puede llegar sacando más leche de la misma ubre? La respuesta la tiene cada chacarero puertas adentro y allí, la escala comienza a jugar su juego más allá del clima y de los valores. Como dice el contador Gustavo Biondo, “es muy fácil en la Argentina fundirse trabajando, sin siquiera darnos cuenta”. Aquí es donde el Estado juega su rol fundamental: con tasas siderales, con una política claramente inclinada a la timba financiera y poco amiga de un crecimiento productivo rentable, las cuentas del 2018 van a ser difíciles para muchos ganaderos cuya escala, hace inviable el sueldo de un empleado, el mantenimiento o recuperación de instalaciones, el avance hacia distintas etapas de los ciclos productivos (recría, engorde y terminación) y todo de la mano de ausencia de créditos accesibles para dicha escala. Ejemplos no hace falta muchos: la siembra de un verdeo, la inversión para cosecha de granos para consumo animal o forrajes diferidos y más lejos aún, la siembra de una pastura, hoy son inviables para un productor de baja escala Conclusión: achique, falta de inversión y números peligrosos para la subsistencia.

 

Es difícil llevar adelante la economía en la Argentina, nadie duda de la tarea quirúrgica que seguramente viene llevando a cabo el actual gobierno. Pero los tiempos se acaban: con un consumo planchado, una exportación en cuenta gotas, costos operativos al límite, impuestos retrógrados sin actualización a la vista- el ajuste por inflación que no se realiza en los vientres como el peor de todos-, gastos y comisiones que deberán ser puestos en algún momento en discusión, más el costo Argentino propio, la ganadería sin dudas en este modelo tiene solo una forma de vida: la gran escala. El resto, como dice el piloto con el avión en caída libre, “ajustarse para el impacto….”

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