Derribar muros para construir puentes

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El jueves pasado, 9 de noviembre, se conmemoró el 28° aniversario de la caída del Muro de Berlín, que separaba a las dos Alemanias de entonces. Esto que ocurrió en 1989 no fue un hecho histórico más, sino el hecho histórico con el que prácticamente concluyó el fatídico siglo XX.

 

Lo irónico es que tan destacado acontecimiento no fue emulado ni en lo físico ni en lo simbólico. Los hombres y mujeres de este planeta todavía seguimos levantando muros de toda índole. Mucho más en Argentina, donde la denominada “grieta” es más bien una muralla que no nos permite comunicarnos y mucho menos comprendernos, ponernos en el lugar del otro. Los argentinos tenemos una vocación divisoria: Saavedristas o Morenistas; Federales o Unitarios; Personalistas o Antipersonalistas; Conservadores o Radicales; Peronistas o Antiperonistas; Azules o Colorados; River o Boca; Racing o Independiente; la Derecha o la Izquierda; Kirchneristas o Antikirchneristas, Campo o Ciudad, por nombrar algunas antinomias vernáculas.  

 

Los muros siempre existieron y, seguramente, existirán; pero si queremos construir hacia adelante, hay que seguir derribando muros para construir puentes y así poder continuar nuestro camino.

 

El principal muro a hacer caer será el de cada uno de nosotros, el de las barreras mentales que tenemos o que nos imponemos por miedo al cambio. Si superamos este obstáculo, seguro podremos ir avanzando en la construcción de diversos puentes que nos conecten con otros planos de la vida personal y en comunidad.

 

Hay personas que ya lo vienen haciendo y sacando lo mejor de las permanentes encrucijadas de la vida. Aceptan, a veces con dolor, los hechos que no les gustan, pero se enfocan en lo que sí saben hacer, en lo que sí depende de ellas. Esto hace la diferencia y cambian su entorno. Esta actitud solo se activa si nosotros decidimos ponerla en funcionamiento. Así, comenzamos a pasar los obstáculos, los muros, sin convertirlos en excusas.

 

Hay muchos ejemplos de ello, y en el seno del campo y la ciudad los vemos y palpamos plenamente. Sentimos cuando alguien en vez de poner una pared, nos tiende un puente. La famosa “gauchada” es algo que distingue a quien la hace, pero también es una lección de gentileza para quien la recibe. Ese puente que se tiende debe ser emulado, es decir imitar ese gesto procurando igualarlo o incluso mejorarlo, en otros prójimos o próximos.

 

Las sociedades se distinguen no sólo por su prosperidad económica, sino por la suma de ciudadanos que diariamente construyen puentes por sobre los muros de la ignorancia, el rencor, las excusas, la discriminación, la corrupción. Los invito a aceptar y poner en marcha este reto de empezar a derribar muros y con ese material, al menos, comenzar a consolidar los cimientos de los puentes que nos propongamos construir.

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