Siguiendo la huella

 Por Carlos Bodanza – Mañanas de Campo

Las señales están a la vista, se los ve en los corrales vara en mano trabajando algún toro, están arriba del tractor, sentados al lado de quien maneja o hasta jugando volante en mano. Ellos son el futuro, son la semilla que no debemos perder.

 

Los caminos intransitables, las dificultades para llegar a clase, la falta absoluta de tecnología con teléfonos que no siempre tienen señal, la ausencia de internet, la falta de otros congéneres, los peligros del aislamiento de una sociedad que día a día se transforma, son parte de los argumentos para que el futuro de nuestros productores, esté en peligro. Hablamos de los más chicos, hablamos de la siembra de “nuestra” siembra, nos referimos a la herencia más importante que cada productor argentino debe dejar implantada en el campo.

 

Pero las señales están, los vemos casi a diario y es un soplo de esperanza para que cada uno de ellos, vea en el campo el futuro para sus vidas y porque no, para sus propios hijos. Hace días atrás en un remate, una pequeña de apenas 5 años, azuzaba un toro con la vara de la mano de su padre. “Ponete ahí, atajalo” le ordenaba un cabañero de ley, de esos que como decimos en la jerga, “viven su día detrás de la cola de sus vacas”. Sin temores la pequeña, se interponía ante la mole de carne mientras que la bestia la miraba casi con ternura. La semilla está sembrada. Así docenas de ejemplos se ven en las pistas de jura, en las de venta, montados a veces en un caballo que parece inmenso ante su pequeño jinete.

 

Del otro lado de la rueda, la foto simplifica la jornada: en una selfie, la madre y el padre que han laburado todo el día arriba del tractor, retractan en el asiento trasero de su chata con una enorme sonrisa cómplice, dos pequeñas dormidas profundamente, fruto de una extensa jornada donde las dos pequeñas acompañaron jugando en su mundo de fantasía, a ser orgullosamente “farmers” argentos otro día más de sus vidas. Todo para ellos es un juego, el ruido del tractor, escarbar buscando la semilla recién implantada, ver volar las espigas por la zaranda de la cosechadora, absolutamente todo es divertido. Y así, maman su futuro, con pasión, con alegría pero principalmente con sabiduría y respeto.

 

Hay otros más grandes, de los más difíciles de ver, de una generación que quizás más sufrió a partir de sus padres, ese desarraigo campero. Son ya adolescentes que sueñan con alguna profesión vinculada, otros que van y vienen de la facultad, deseosos de reencontrarse con el trabajo que ya les quita el sueño, que los hace entrar en una producción innovadora, moderna, con mentes más abiertas, capacitadas, sin temor a los fracasos ni a los quebrantos.

 

Por eso, en este juego de amor, pasión y negocios, es fundamental el rol de los padres. Es imperioso que los dejen volar, que les permitan jugar a equivocarse, porque en ese juego, seguramente mejorarán al padre, le cuestionarán todo, pero principalmente, serán los jóvenes empresarios del sector que conviertan a un campo con más tradiciones que negocios, en una empresa que respeta y disfruta las tradiciones, pero que no vive de ellas.

 

La huella está presente, hay que acompañarla, hay que contenerla, pero hay que darle espacios, construirle el ámbito, rodearla de lo necesario. Están a nuestro alrededor, de nosotros depende su crecimiento y el futuro del sector.

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