Comunicación, como en la vida misma

Por Carlos Bodanza – Mañanas de Campo

La medianoche me sorprende en el teclado y las noticias parecen no terminarse. Mientras cargo la última de las categorías, un cabañero amigo postea el error en un nombre de una de las cabañas premiadas, clasificando por equivocación a un cabañero en lugar del otro. Yerros del oficio, ratificación obligatoria, y el examen que nunca parece tener final.(*)

 

Así se vive esto de hacer periodismo agropecuario las 24 horas, con exposición mediática constante, con redes que exigen cualquier día en cualquier lugar. “Me gustarían que informen un poco más”, exige un lector de Facebook, mientras que en tiempo real tuvo la posibilidad de ver los cuatro campeones de las 2 razas principales, en hembras y en machos jugando con una foto de celular bajo la lluvia, peleando con redes cuyo servicio de internet en lugares poblados, apenas permiten navegación alguna. Sin embargo, se quiere más, se exige más y es correcto, es lo que en definitiva todos buscan.

 

Y en eso nos debatimos, en las urgencias, en lo inmediato, en una suerte de rating del minuto a minuto que nadie mide, que por costumbre todos dan por sentado y que en casos como medios casi unipersonales, el “todo a pulmón” es la única moneda de cambio. Claro, no sea cuestión de relajarse, el titular de uno de los campeones de la muestra, escribe rápidamente casi a medianoche: “tendrás la foto de mi vaca?”.

 

El periodismo agropecuario es una pasión que nace en algún sitio, crece como lo haría una enfermedad metastásica y se va adueñando de todo. Es lógico, basta pensar en que , desde el mismo lugar donde surge la noticia, todo se parece. Existen infinidad de profesiones, de ocupaciones, de trabajos. Sin embargo, productor agropecuario es casi una vida exclusiva. Estarán los ganaderos, que todos los días de su vida vuelven a comenzar. No hay día en que no se piense en la bebida, en el recorrido de paridas, en el próximo servicio, en el precio del mercado o en el rinde de la tropa que mandé el viernes.

 

Alguno pensará que el agricultor está más relajado. Eso porque nunca se cruzó con el celular de uno de ellos, donde se combinan no menos de cinco pronósticos en la web, varios alertas en twiter por enfermedades, media docena de contactos de vendedores de productos y la interminable asistencia a sus maquinarias para el caso de aquellos que las poseen de forma propia. Y claro, además depende del momento del año: si es siembra, si se fertiliza, si se aplica, si se cosecha, si se vuelve aplicar post cosecha o si en definitiva, nunca se termina. No existe más “la fina” o “la gruesa”, existe un año calendario, que prácticamente no tiene semanas vacías.

 

Por todo esto, quienes dedicamos nuestro tiempo a estos rubros, copiamos de manera exacta, las obligaciones y las necesidades del sector. Desde la recorrida a campo por los lotes, hasta la charla de mercados de la gruesa. Partiendo del remate de invernada, al especial de reproductores, la exposición del ternero, la jura de algún sitio y como no saberlos, los precios al instante del mercado y del remate de Chacharramendi.

 

No se hace periodismo agropecuario, se vive como tal. Por eso, entradas altas horas de la madrugada, finalizando estos últimos “tipeos”, solo queda un pensamiento que quizás quede perdido en las primeras horas del día: valorar estos tiempos, acompañar estos esfuerzos, disfrutar esta pasión y sobre todas las cosas, seguir creyendo en los que aún creemos que todo el esfuerzo realmente, terminará valiendo la pena. 

 

(*) Foto gentileza Damián Hinding

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