Responsables solidarios

 Por Carlos Bodanza – Mañanas de Campo

La imagen histórica del productor agropecuario, nunca ha sido la de mayor simpatía para el resto de la sociedad, una cuestión discutida y debatida hasta el cansancio, en materia de tener que “agradar” para ganarse el respeto de la ciudadanía en su conjunto. Lo real, es que a la hora de muchas acciones, tampoco existe ese respeto entre los mismos pares.

 

Las inundaciones desnudan hasta donde el “salvese quien pueda” es una moneda corriente dentro del sector. Los canales clandestinos, los tapones en algunos cursos, los desvíos, etc, desnudan no solo la avaricia de pensar en uno mismo, sino que muestran que en muchos casos, el respeto se termina en el alambre de al lado. Imágenes de un monte completamente “quemado” por la deriva del mosquito del vecino que nunca reconocerá un centavo o hasta el uso intensivo al extremo de un campo alquilado y hasta a veces propio, demuestra que ni siquiera en muchos casos hay un respeto hacia el futuro, que en muchos de los casos el mismo productor, se lo termina encontrando a la vuelta de la esquina.

 

Más allá de estos ejemplos, el verdadero motivo de este editorial, pasa por uno de los actos de más egocentrismo que me toca vivir casi a diario, a la hora de asistir a decenas de remates. Es cierto, la plata y el bolsillo siempre son propias y cada uno es dueño de saber y apostar, hasta un límite determinado.

 

Pensaba en Uruguay, donde por ejemplo a la hora de las ofertas de un martillero, hay una regla “no escrita” donde ningún oferente se atreve a bajar la base que impone el martillero.  Es clarito, a partir de lo que el martillo pide arrancan las ofertas. Regresando desde el charco vecino, aquí las cosas son extremadamente diferentes. Todos los oferentes esperaran hasta último momento a la hora de las ofertas y la base impuesta, excepcionalmente, es respetada. Abierto algún lote, son pocos los que entienden que en muchos casos, cuando una hacienda te convence por cantidad, por calidad, por origen y por condiciones, dejarla ir por pocos pesos, no suele ser comprensible.

 

La cosa se agrava a la hora de los reproductores, puntualmente el caso de los toros. Allí se suele sacar lo peor de muchos, donde en remates que participan nuestros propios vecinos, en muchos casos hasta propios socios de una entidad ruralista o cooperativista por ejemplo, vemos la apatía de quienes hasta ayer, propulsaban las ventas y hoy, miran en silencio como un toro atractivo, con buenos plazos y que en realidad hasta muchos necesitan, son incapaces de pensar en que comprando bajo una subasta, esa venta puede contribuir a que el negocio continúe. Estará también el que por 1000$ o hasta por 500$, no continúa una oferta de un animal, que vivirá no menos de 5 años, que producirá mínimamente 30 terneros por año y que quizás, el cabañero hizo todo un esfuerzo para que el desprecio, termine en apenas unos centavos.

 

Y está la peor cara, del que no conforme con todo esto, especula hasta el final, esperando que el toro no vendido, se le pueda vender en unos pesos menos a sabiendas que es más engorroso llevarlo de vuelta, que descontar esa plata. Muchas de los matices que pintan una absoluta falta de responsabilidad solidaria. Somos lo que actuamos y en muchos casos la situación del campo, nace en las propias miserias, que el productor muestra a diario.

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