El ritual sagrado

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Es tarde y el cansancio parece quedarse con las pocas ganas que llevo a cuestas. El día interminable, las horas de frío y los kilómetros de ruta, están dispuestos a quedarse con las pocas horas que me quedan por delante previas a una ducha y el merecido descanso. Sin embargo, hay un llamado que va más allá de las energías, el rito sagrado me espera, imposible no acudir.

 

Los 120 kg de carne por habitante y por año en promedio que tienen los Argentinos, podrían tener  media docena de explicaciones. Seguramente las causas provienen de nuestros orígenes, donde nuestras producciones, comenzando con la vacuna, han sido el motor del crecimiento a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio, sumado al ovino que en sus tiempos, colonizó tierras poco utilizables por cualquier otra especie. La granja en sus diferentes formas, hizo del porcino y de la avicultura, el condimento exacto para que nuestros antepasados gringos de toda Europa, fueran metiendo en sus comidas - combinado con la tradición de las pampas- el combo final para que en definitiva , todo bicho que camine fuera a parar al asador.

 

Y así, lo que ayer era la manera de sobrevivir en el medio de los campos, metiéndonos muy adentro de nuestra antropología, el Argentino fue encontrando en las carnes asadas un motivo diferente al simple hecho de comer día tras día. En algún momento, esas grandes familias que tenían “la pasta” como un acto sagrado de encuentro, otras habrán sumado los fiambres españoles, las “fondue” francesas, los chucrut alemanes y unas cuantas recetas originarias más, todos, absolutamente todos, fueron entregándose al llamado único de la carne. Fue así, que el encuentro familiar tradicional “mutó” y poco a poco,  en cada campo, en cada casa, en cada rancho y en cada club, el asado ganó todas las mesas por goleada.

 

En tiempos modernos, la reunión familiar ya no es tan sencilla. Se acabaron las casas grandes, los hijos – ya no tan numerosos como en otros tiempos -viajaron lejos por trabajo, los parientes lejanos se hicieron cada vez más lejanos y en un reemplazo de ese costoso sentimiento familiar, nació el ritual más frecuente, más querido, adoptado y viralizado en estos tiempos: el asado con amigos, la peña, dos formas ineludibles de juntar la pasión por la parrilla y reemplazar en muchos casos, aquellos viejos encuentros familiares.

Hay en sus formas más diversas, desde pequeños grupos hasta multitudinarias reuniones, todas validas, todas hijas del ritual. Habrá un especialista en el grupo, ese que siempre sorprende por sus dotes no solo a la hora de una buena cocción sino por su capacidad de variar, desde una parrilla, un asador, un disco, un cerdo, un pollo o cuanto corte exista en la extensión de la vaca. En otros grupos se rotan los que comandan el fuego, o se cambia de casa o de quincho y en el peor de los casos, se come afuera, algo más propio del género femenino, que del masculino.

 

Por eso, ya no importa la hora ni el cansancio, el compromiso está y no se trata de quedar bien con nadie. Faltar, es arrepentirse con uno mismo, es haberse negado a compartir momentos que muchas veces, quedarán como el recuerdo de otras noches, de anécdotas vividas, de relatos propios y de confesiones, de grandes alegrías o por lo menos, de poder compartir a veces una tristeza. Me voy yendo, es tarde y sería un pecado perderse la “picada” y el aperitivo previo. El ritual, me espera.

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