La cofradía de la arena

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Las sombras y el frío aún se apoderan de la mañana y la tribuna parece haber amanecido con gente. Nadie sabe a ciencia cierta ni cómo ni a qué hora llegaron, lo cierto que están ahí expectantes, mate en mano y con la ansiedad de lo que vendrá. Las juras, una pasión que involucra a miles. Para otros, directamente inexplicable. Para quienes pisan la pista, una verdadera adicción.

 

Poco a poco los chalecos amarillos van entrando a la pista, cada uno dispuesto a su tarea: unos pocos dedicados al mundo equino, los menos a razas menos numerosas como Holando, Jersey, etc y el grueso de la prensa, predispuesto a que las razas más emblemáticas – Angus y Hereford, en ese orden- tengan el testimonio constante a partir de la gráfica, de las fotos, de la radio, la televisión, la web y cuanto medio de comunicación esté al alcance de la mano de los miles y miles de ganaderos que buscarán en el día o posteriormente, conocer cada resultado, cada veredicto, cada triunfo o simplemente cada participación.

 

El jurado llama a pista, mientras que el sol lentamente calienta la arena húmeda, donde ya no quedan rastros de la noche previa, donde cientos de animales disfrutaron la nocturnidad a cielo abierto. La fila aparece y los grupos, cada a uno a su tiempo, a su manera y con sus obligaciones, disfruta, sigue, trabaja, como seguramente lo ha programado. Están los de las cámaras, los que “en vivo” llevan las imágenes a los más fieles, a esos que a pesar de no haber podido asistir, están ahí, firmes en una pantalla o en una computadora.

 

Habrá un grupo distendido, conversando del trabajo del año, mientras que la charla culmina, cuando el micrófono de la “isla central” ordena el resultado de la fila jurada y atentamente transcriben al papel del orden que la mayoría poseen en sus manos. Allí se habla de trabajo, de la familia, de los proyectos, de la vida misma. Hay café, a veces un mate amigo y el comisariado suele ya tras varios años de compartir horas, tardes de lluvia, de frío o hasta de calor, integrarse a esta verdadera “cofradía de la pista”, un círculo casi íntimo, donde sobre todas las cosas, sobresale el compañerismo.

 

Aquí nadie esconde nada, todo se comparte: los resultados, las opiniones, el lugar de la foto, o porque no, la nota y el grabador con algún protagonista que siempre sobresale a la hora de los micrófonos y son pocos los colegas que se niegan a una nota compartida. Los más viejos, explican la jura, nadie duda en tomarse un minuto para que un nuevo colega entienda y pueda seguir sin problemas, una subdivisión, una final de categoría, el nombre del cabañero o el orden de la consagración final.

 

Grandes maestros de años, gente con la enorme capacidad –por ejemplo- de relatar una jura entera. Fotógrafos –hombres y mujeres- de renombrada experiencia, siendo puntales para que el propio preparador, tenga la foto perfecta, indicando como atrasar una pata o levantar las orejas para el mejor de los retratos.

 

Habrá secretos de mañanas y de tardes con la cercanía del jurado, con gestos, con dudas, con aciertos, con errores, sintiendo la pasión de la tribuna, casi, casi, como en una cancha. Y llegará la final, y llegarán otros chalecos amarillos, menos habituales, menos asiduos a la arena. Se mezclarán con la cofradía y allí terminará el día, las jornadas, la jura llegará a su fin. Y quedará un vacío, ese mismo que se siente el día después de despedir amigos, que por un rato, estuvieron de visita.

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