¿Hasta cuándo soportaremos la decadencia ética?

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Existen bolsones en la sociedad argentina que disfrutan de los naufragios éticos y profesan adoración al modelo decadente que se impone sobre ellos. Ante la existencia de impunidad real, muchos viven mostrando lo conseguido de manera aviesa. Exponen ante nuestros ojos sus bienes mal habidos. Todo sirve para demostrar ante una sociedad inerme que vivir con valores es una cuestión vana, inútil.

 

Los que promueven las actitudes antiéticas se mueven como pez en el agua, sabiendo que tienen “amigos” en todos aquellos lugares donde saben que pueden caer sus acciones. Nada los detiene, porque la sociedad en su afán liviano de entender que “roban, pero hacen”, no comprendió la gravedad de haber hecho y seguir haciendo un guiño de anomia con su proceder.

 

Se dejó pasar mucha agua bajo el puente y un buen día cayó en el Gobierno una banda que hizo sus primeras experiencias en la provincia de Santa Cruz, perfeccionaron su modus operandi respecto de otros antecesores en el poder, sacaron decretos para que las huellas digitales de quien debía encargarse de la “recaudación” sean preservadas, y sí fueran incriminados sus subalternos, unos pobres infelices que se creyeron vivillos importantes.

 

Los cabecillas de la banda que se instaló en el poder por espacio de doce años se robaron todo lo que pudieron y no hicieron prácticamente nada; pero le hicieron creer a muchos que el país estaba repleto de obras, que eran los redentores de los derechos humanos y estaban fundando una nueva república.

 

La decadencia ética es el gran problema de nuestro país y se mira mucho para el costado, salvo honrosas excepciones que vienen denunciando y presentando pruebas desde hace mucho tiempo, pero que los “amigos” de la banda, no dejan que avancen, con la complicidad o el miedo cobarde de muchos jueces y fiscales.

 

Desde el advenimiento de la nueva etapa democrática los argentinos no hemos avanzado ni ahondado en la búsqueda de nuestra propia identidad, y sí hemos estado buscando coartadas que justifiquen nuestra pequeñez ética. Así nos va. Muchos pobres –los más abandonados y perjudicados por ésta y otras bandas de ladrones que se hicieron del poder en diferentes momentos históricos-, por no existir esa matriz cultural de la dignidad que se engarza en la identidad, siguen siendo comprados por un choripán, un viaje en ómnibus, para los fines más aviesos de políticos, empresarios, sindicalistas y magistrados corruptos.

 

Ya se probó por medio de tragedias que la corrupción mata. ¿Hasta cuándo los antiéticos seguirán imponiendo sus códigos? ¿Cuántos estamos dispuestos a imponer nuestros códigos éticos para acabar de una vez por todas con esta degradación que nos impide ser como debemos y no como nos quieren condenar a ser?.   

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