De costumbres y otros vicios

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Cosas nuestras, costumbres argentinas, tradiciones y otras yerbas, forman parte de nuestra idiosincrasia. Existen un sinfín de cosas que nos identifican, que sin hacernos mejores que nadie, nos hacen diferentes, pero que lamentablemente en general, significan en muchos casos directamente, nuestra propia condena.

 

Me encanta el campo, porque allí todavía la gente no está tan contaminada, en muchos pueblos –ya no tantos – aún persiste la idea de saludarse, de simplemente bajar la cabeza, como una señal de respeto o tocarse la boina, en un gesto muy nuestro.  Porque el tiempo en el campo nos permite charlar, tomar un mate, disfrutar una tarde. Porque no hay celular que ande y porque la gente aún, se dispone a darte una mano cuando puede, a hacerte una “gauchada” y vaya si el término ha nacido por algo. Y esas también son tradiciones, que en la ciudad se han ido perdiendo.

 

Existen barrios donde aún se charla con el vecino, algún edificio donde el del departamento de al lado, toque a la puerta, aunque sea para preguntar si te salvan porque el celular se te quedó sin crédito y haces una llamada. Nuestros amigos, son parte de esta tradición tan Argentina de juntarnos, de comer, de recordar, de competir con la parrilla, buscando a ver siempre quien dispone el mejor menú o la cocción más a punto.

 

El campo está lleno de costumbres, nuestras tradiciones siguen arrastrando parte de la sabiduría de cómo hacer las cosas, pero también de los vicios que tanto nos impiden avanzar en cuestiones hasta de negocios. Hay un campo de avanzada, que sin traicionar el amor por la tierra, deja de lado parte de esos vicios repetidos, donde muchas veces parece que quien más grita, o quién más monta, es más paisano que otro y de la mano de muchos de ellos, cada día quedan menos en el campo trabajando, porque justamente, no hubo evolución de aquel paisano, a este nuevo trabajador rural que si no es especializado, directamente no sirve.

 

Creánme las tradiciones, deben ser otra cosa, no nos equivoquemos. Porque deben evolucionar también, deben involucrar al resto, deben permitir que no se transforme en una suerte de clase selecta, donde el disfrute sea para unos pocos. La tradición no puede quedarse solo en una pilcha, en un caballo, en un alambre, en una empanada o en temas folclóricos, debe ser algo más que eso.

 

Ojalá algún día recordemos a nuestras tradiciones porque hay un productor que vive en el campo, porque nos de orgullo que produzca nuestra tierra, que genere alimentos para todos, que coseche nuestros trigos y crie nuestras vacas, ambos reconocidos en todo el mundo, menos por nosotros mismos.

 

Que alguna vez los Argentinos entendamos que tradiciones es saber quienes somos, qué hacemos y qué necesitamos para crecer. Que quienes nos gobiernen estén menos desesperados por brillar en cosas que solo darán satisfacciones a unos pocos, mientras que quienes hacen grande al país y lo enriquecen con su propia historia, siguen siendo bastardeados. Porque los salvadores de nuestras raíces, de nuestro futuro y de nuestra patria, están acá nomás, a la vuelta de cualquier tranquera. Mientras sigamos buscando salvadores en los créditos, en los bonos y en un montón de papelitos de colores, seguiremos siendo “guachos de nuestra cultura, extranjero en su lugar”.

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