Adolescencia eterna

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

La semana pasada volvió a instalarse el pasado en un programa televisivo. Hablaban de la década del ’70. Apareció el tema de la guerrilla, de los desparecidos, de las víctimas de los atentados guerrilleros. Todo hablado exaltadamente, cuasi a los gritos, empujándose para hablar. Es el estilo del programa, por lo tanto, condición sine qua non de los propios panelistas, salvo contadas excepciones.

 

Los que ya peinamos canas queremos dejar atrás ese pasado –sin olvidarlo-, para dar vuelta la página y reconstruirnos como sociedad adulta.

 

Después de escuchar a unos y a otros me di cuenta que a los argentinos nos gusta vivir la eterna adolescencia. Hombres y mujeres inteligentes debatiendo no dejaron margen para pensar otra cosa. Como en aquella película española, nos seguiremos pasando los próximos 40 años, hablando de los 40 años…

 

Más allá de lo acontecido en los ’70, la sociedad en su conjunto y, en consecuencia la clase dirigente –que es su fiel reflejo-, convertida en casta, no parece comprender la urgente necesidad de apurar el proceso de maduración de la política, en la toma de decisiones estratégicas con visión de futuro y en el comportamiento acorde a las formas de una sociedad no adolescente.

 

Por el contrario, en cualquier tema que se toque, sigue recreando comportamientos cercanos a la carencia de esas virtudes y muestra signos de una adolescencia que no termina de concluir. Los criterios maduros no se imponen jamás y sobre ellos pesa la demostración reiterada de una manera limitada de comprender y de entender una realidad que se rechaza.

 

Los argentinos confundimos la libertad como el espacio infinito donde todo vale. Pareciera que vivir en democracia no significa convivir ajustado a las leyes y normas, y sí poder hacer lo que a uno se le venga en ganas sin limitaciones. Hemos acuñado una frase que llevamos a la práctica diariamente: “Hecha la ley, hecha la trampa”. Nos encanta achacar todos los males que fabricamos al Fondo Monetario Internacional, a Estados Unidos, a los oligarcas del campo –que ya no existen-, a los Gobiernos –con y sin razón- y decimos que las leyes e instituciones se han hecho para los tontos y no para los vivos que se aprovechan de ellas.

 

Nos seduce el populismo porque en ese ámbito experimentamos mayores satisfacciones sin mucho esfuerzo, olvidándonos de aquel dicho que dice: “Pan para hoy, hambre para mañana”.

 

Terminar con la eterna adolescencia implica abordar con coraje las potencialidades y trabajarlas desde ahora para que maduren en espacios nuevos y de realización para todos. Hacerlo no es una cuestión de retórica política, es de supervivencia del país porque la “gallina de los huevos de oro” ya la comimos.

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