Educar en la solidaridad

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Un destacado catedrático argentino destaca que “la cooperación es eminentemente educativa. En el ámbito áulico es vigorosa, sugestiva y estimulante herramienta en manos del maestro. En el ámbito mayor de la comunidad es poderoso instrumento de perfeccionamiento individual y colectivo.

 

En ambos, cultiva al hombre en su integridad, partiendo de las tendencias naturales más profundas, incentivándolo a la apetencia de condiciones de vida más dignas y dotándolo de los medios necesarios para materializar esas apetencias en  realizaciones concretas y positivas. En todos los casos desarrolla ‘a todo hombre y a todos los hombres’ (Paulo VI) con responsabilidad comunitaria y espíritu de servicio; personalizándolos y haciéndolos más seguros de sí mismos a través de la ayuda mutua. Es una verdadera pedagogía social”.

 

La solidaridad es un principio de valor universal que en forma de fraternidad humana muestra su vigencia desde los más remotos tiempos, pero es en la actualidad donde se convierte en un verdadero clamor, acentuándose la urgencia de su práctica en todos los órdenes.

 

Así como se reclama “globalizar la solidaridad”, es preciso afirmar que sin conciencia de la interdependencia solidaria no hay una auténtica conciencia personal. Y sin conciencia personal auténtica no hay responsabilidad cívica en términos democráticos.

 

Por ello se hace preciso ahondar más en la solidaridad como un contenido transversal en todos sus capítulos y puede llegar hacer de la educación una de las herramientas esenciales.

 

Un Informe de la UNESCO sobre “La Educación para el siglo XXI”, advierte sobre “la amenaza de nuevas formas de colonialismo cultural que aprovecharán potentes tecnologías informativas”. Frente a ellas, Oriente y Occidente deben adoptar del otro lo que tiene de mejor, “combinando, por ejemplo, la iniciativa individual con el espíritu de equipo, la competitividad con la solidaridad, las competencias técnicas con las cualidades morales; entonces los valores universales cuya implementación deseamos se impondrán poco a poco y ese surgimiento de una ética mundial será a un mismo tiempo una vuelta a las raíces profundas de todas las culturas y una inmensa contribución de la educación a la humanidad”.

 

No en vano Edgar Morin sostiene en “Los siete saberes necesarios de la educación del futuro” que “a partir del siglo XXI la comunidad de destino terrestre nos impone de manera vital la solidaridad”, para lo cual se pregunta “si la escuela no podría ser práctica y concretamente un laboratorio de vida democrática”.

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