La fragilidad de la tecnología dependiente

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Qué desastre los pronósticos, imposible poder producir de esta manera”, fue una frase suelta que de las tantas conversaciones por estos días, parece repetirse una y otra vez, descansando en muchas ocasiones, de lo que la tecnología pueda brindarnos. Afuera, quedan las experiencias, las percepciones y a veces, hasta nuestro propio conocimiento.

 

Esta reflexión nace un sábado cualquiera -ayer por ejemplo…- a pocas horas del armado previo del programa semanal, la ausencia de la computadora, pone por momentos en “jaque” la propia imaginación y la capacidad que todos tenemos para vivir fuera de la tecnología. No se trata de negarla, no estamos hablando de suprimirla, es imposible no adjudicarle gran parte de los méritos que hoy permiten, desde desarrollar información, producir sin límites potenciales y hasta mantenernos comunicados, casi, hasta la exageración.

 

Las redes sociales, son casi obligatorias: twitter, Instagram, Facebook y cualquier medio, mandan a la hora de informar. Sin embargo, muchas veces me pregunto, si solo así somos capaces de generarlo. Alguien, tiene que estar en el lote, alguien debe estar en el remate y alguien también, debe estar escuchando el contenido de tal o cual jornada. Ambas cosas, no son tan sencillas de logar y sin embargo, aparecen.

 

El productor agropecuario se ha sometido sin quererlo a gran parte de este bombardeo cotidiano, en buena hora claro. El único inconveniente, es que dicha atadura nos impide muchas veces, utilizar el más primitivo de los conocimientos que nace en cada uno de nosotros: las percepciones. Cuántas veces esas nubes que no están en el pronóstico terminaron dándonos una alegría? Cuántas veces las señales de la naturaleza nos hablan de un viento, de una helada y hasta de altas temperaturas no pronosticadas? O el rinde de un lote cuyo nitrógeno no se condice con lo expresado? O acaso la medicina interna nunca se contradice de lo que clínicamente parece imposible? Y allí esta la herramienta más profunda que todos poseemos y que muchas veces la dependencia tecnológica, parece inhibir.

 

Es un ejercicio que jamás deberíamos abandonar, no solo mirar, sino “ver”, fijar, analizar, descreer de la estadística, romper prejuicios, dejar de lado lo supuestamente imposible y comenzar desde uno mismo el nacimiento de un nuevo paradigma.

 

Volver a las fuentes o también -por qué no- retornar a la inocencia, esa que nos permita romper los techos autoimpuestos. Un equilibrio natural que hemos perdido, y que por ejemplo en siembra directa nos habla de un promedio, no en una carrera de rindes y sin tanta preocupación por el pronóstico. Aquellos que siempre entendieron que más vale una pastura con sus limitaciones, que un verdeo errático, donde siempre, terminamos implorando por las lluvias. Y  no perder de vista que las cuestiones básica, de reservas, de poteros en descanso, de bajarse de una carrera productiva que siempre nos deja afuera y empezar a escuchar más al campo cuando nos habla y de encontrar ese punto medio, donde las percepciones sean quienes avalen las tecnologías y no estas últimas, estén casi de manera autónoma, al frente de las propuestas.

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