Buscando rumbos

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

“Mil ejemplos da la vida pal que los quiera tomar. No es fácil poder guardar tanta agua en un solo aljibe, pero siempre se consigue cubrir la necesidad”. Una de las tantas frases que la Biblia de Larralde nos ha regalado y que en algún momento, cuando decidí emprender el camino del periodismo agropecuario, intenté –y aún sigo en la búsqueda – emular ejemplos, entender quién quería ser a la hora de esta hermosa profesión.

 

Lo primero que entendí que hay que estar donde está la información, eso de hacer periodismo de gacetillas en un sector donde lo que se hace tiene mucho que ver con lo que se siente, siempre me pareció mediocre. Y por eso decidí que hay recorrer caminos, adentrarse en los potreros, pasar las tardes por los corrales, achicharrarse en alguna jornada a pleno sol, congelarse con el viento en alguna tribuna improvisada en el medio de un campo y claro, mojarse, despeinarse, acostumbrarse a los zapatos de laburo, al pantalón cargo o la bombacha, a la capa impermeable, a las botas de goma, a la gorra con visera y al gatillo fácil en el grabador, preferentemente al resguardo de la interferencia del viento traicionero para el micrófono.

 

Y hacía allí partí hace ya más de una docena de años, cargado con la ilusión de que los micros de un tal Cánepa, fueran el ejemplo de todo el resto, a la hora de poder resumir un mercado. Entendí que no existen las distancias, esas que un tal Lastra recorre sin descanso, con su fiel Oscar de “partener” llevando las líneas genética de cada cabaña, como estandarte en sus recorridas. Y los corrales también pueden ser tu casa, así me lo enseñó un tal Néstor Haritchelhar con quien mamé la pasión por calcular los kilos, divirtiéndome horas y horas con el “viejo” que aún tanto extraño.

 

Y las notas tienen que tener el alma, esas que en mis inicios leía en La Nación, con la altura, la profundidad y el glamour que una tal Mercedes Colombres tomé en la referencia. Y seguían los Bertello, los Sanmartino y encontré que también el sarcasmo, la denuncia y la valentía, tenían que ser parte de esto, así puse como estrella a un tal Longoni a la hora de escupir bien fuerte. Y todo eso, no sirve de nada,  si no está la mezcla de lo nuestro, de lo regional, del respeto por el oyente o del lector, donde lógicamente amigos como un Guillermo Rueda  en la profesionalidad o ejemplos de trayectoria de los Norman Fernández, tienen que servir para entender hacia donde vamos.

 

Y las horas del micrófono no son fáciles, por eso hubo que aprender a hablar como sea, donde sea y el tiempo que haga falta, como los grandes maestros, así lo veía en las pistas de Palermo al gran Monteagudo y la sonrisa siempre presente, siendo hombre de palabra, como la de mi hoy amigo, Gabriel Varela. Pero claro, en ese “aljibe” imaginario de la vida, un tal Mauricio Bicondoa se cruzó en el camino y me demostró que con tiempo, con horas trabajadas y con mucha capacidad, uno puede si quiere, relatar una jura de clasificación 8 horas sin pausa, convirtiendo un desfile estructurado en una tarde fabulosa.

 

“Cuanto más cosas se saben más quedan por aprender, la ayuda que dá el saber termina en lo que se ignora; si hasta la luz de la aurora termina al anochecer”, parece hablarme Larrlade mientras trato de explicarme a esta hora de la noche, de qué manera dibujar un nuevo editorial tras 13 años de domingos ininterrumpidos.  Pero claro, no fue magia, la pluma o este teclado, tienen horas compartidas con la enorme capacidad de un tal Ibaldi que hace 30 años o más, nos regala columnas, comentarios y análisis de la realidad, mezcladas con pasión, con lectura, con estudio y con amor a lo que se hace.

 

Ayer quizás lo esquivaba, hoy lo digo con orgullo: estudio periodismo agropecuario de la calle. Gestado en tiempo de ilusiones, nacido en horas de ruta, criado en tardes de potreros, crecido en jornadas de remates y cursado en Mañanas de Campo, rodeado siempre de grandes maestros. Un título que por ahora sigo usurpando, por las dudas seguiré copiando, a los que más saben.

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