Regalos para el alma

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Hace apenas unas horas la vida me dio un regalo de esos, que muchas veces transitan en nuestra mente, momentos únicos de una historia que pasa por nuestra cabeza y sin embargo, después de comprenderlo, nos damos cuenta que esa suerte de “película” que observamos sobre nuestra mente, es ni más ni menos, que nuestra propia vida.

 

Recuerdo hace cuatro años exactamente, un día tome coraje y con mi pequeño Lucca de la mano, me atreví a cruzar la tranquera de lo que alguna vez, fue mi propia chacra. “No venga a tasarme el campo, con ojos de forastero” fue lo primero que me invadió al dar los primeros pasos, de lo que sería un tremendo “cachetazo” entendiendo que las palabras de Larralde, nada tenía que ver con cuestiones monetarias. Es una suerte de invasión a los sentidos, donde las imágenes de 10 años, pasaron fugazmente en apenas los 185 metros –recorridos mil noches y mil mañanas a paso lento- que separan la tranquera de la casa.

 

Intentando hilvanar historias, recuerdos y vivencias, pude explicarle a mi hijo –en ese momento con cuatro años – que allí había nacido, que en ese lugar soñamos a ser padres, que esos olivares habían sido plantados y pensados uno por uno, para que hoy por cuestiones de la vida, fueran el fruto de otros soñadores, de otros emprendedores. Cuatro años pasaron para volver y es el día de hoy (otros cuatro años  más) que aún no logro volver a entrar y tengo serias dudas de poder volver a hacerlo.  

Este hecho, muy relacionado al del día de ayer, me trae una única conclusión: más allá de la memoria, de las fotos, de las paredes, de los muebles, de los jardines, lo que nos queda son las sensaciones, esas que se meten en lo más profundo de nuestra alma. Por eso, tocar el timbre en lo que ayer fue tranquera e intentar explicar porque pretendía volver, fue algo sin sentido quizás para quien sin conocerme, atendía del otro lado del aparato. Sin embargo, las sensaciones pueden expresarse y de la nada el portón se abrió y del rincón de los recuerdos, volvió un niño con parte de su infancia.

 

El lugar? Es cierto, paisajísticamente se imponen las montañas nevadas, o las 7 has a la costa del lago Huapi, o el chalet imponente propio del país de las estancias, de Yuyu Guzmán. Tal vez quien lo viera, puede creer que los recuerdos lleguen por el impacto visual. Nada más lejano: allí, en la sencilla casa de encargados donde mis tíos residieron durante más de 30 años, todavía podía olerse el mismo olor a  la leña fresca de los pinos. O el cigarro suave del tío Raúl invitándome a jugar mis primeras partidas de ajedrez, mientras la tía Ñata aparecía con sus dulces frescos de frambuesa y su crema de nata imbatible. Las tardes corriendo detrás de un San Bernardo, las noches impactando en el silencio, las mañanas con nieve fría, las tardes de tocar el cielo con las manos a la hora de bajar al soberbio sótano que al día de hoy, podría ser el living de mi propia casa.

 

Los recuerdos no están en la mente, claro que no. Cada uno de nosotros los tiene, están ahí esperándonos, en un olor, en una textura, en un paisaje, en un gusto, en un juego o en un sonido.  Pienso en ustedes que están ahí, muchas veces dudando en hacer o no ese viaje a los recuerdos, a la vida misma. Y pienso en los muchos que aún, transitan esos mismos lugares cada día, en su campo, en su barrio, en su plaza, o en su ciudad, donde quizás pasan sin ver, sin sentir porque el “todos los días” no nos deja detenernos. Sin embargo, deberían hacerlo, sin dudas, se los recomiendo, es un verdadero regalo para el alma.

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