Más allá de la pasión

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Nadie es capaz de predecir ni imaginar su propio destino, sin embargo el camino puede ser trazado a partir de las propias pasiones, de las vivencias, de seguir lo que el corazón dicta y más allá de las necesidades, la mayor recompensa llega cuando entendemos que la vida sin pasión, no tiene sentido. Allí, es donde nace el Veterinario.

 

Vaya a saber si fue por el cariño del “malevo” perro feo si los hubo, pero con la fidelidad y la amistad que solo un bicho puede regalarnos. Quizás fue quien encendió la tecla, o bien esas hebras llamadas Adn, terminaron despertando lo que para mi viejo era una pasión constante, el campo, los remates y la naturaleza en su conjunto. Por eso el camino hacia esta profesión, generalmente tiene obligatoriamente que tener una flecha direccional, que al menos nos lleve hasta el sitio indicado y allí, la Universidad se suele encargar del resto, ya sea acercándonos o separándonos para siempre.

 

Reunidos en los festejos del día del Veterinario, un puñado de profesionales que cumplían sus 30 años de profesión, coincidían en un solo sentimiento: la facultad había sido sin dudas les había otorgado el mejor de los títulos que cualquier ser humano puede poseer: el de las amistades que perduran. Y así, desde Tandil, decenas de profesionales han hecho un culto a la vida misma, llevándose más pergaminos que el propio título. 

 

Todos, absolutamente todos destacaban la pasión como la mayor de las capacitaciones otorgadas, como si una llama olímpica se fuera otorgada para que durante el resto de esa carrera imaginaria, cada uno pudiera mantenerla encendida hasta que el fuego se apague con el tiempo, o al menos, el calor perdure lo que haga falta.

 

El Dr. Vicente Linares fue quien cerró los testimonios, con 49 años de profesión y la jubilación prácticamente en la mano. “En aquellos tiempos ser Veterinario era ser un todólogo de la naturaleza. Recuerdo salir muy temprano hacia el campo, regresar a media mañana, pasar por el frigorífico, temprano a la tarde una vuelta hacia algún criadero o unos boxes a revisar algún matungo y entrada la tardecita llegar al consultorio para que pasaran los perros o cualquier mascota que pudieran acercarnos”, relata emocionado recordando viejos tiempos a la vez que sonriente se sincera, “más de una noche me encontré manejando por la banquina, sin embargo, era un cansancio apasionante, siempre queríamos más”, destaca el reconocido profesional que hoy pasa sus horas casi “jugando” en una de las clínicas de pequeños con más trayectoria de Bahía Blanca.

 

Historias sencillas, relatos vividos, los ojos vidriosos de ver a sus familias que por años, soportaron timbres a la madrugada, teléfonos el fin de semana, viajes de urgencia hacia algún campo por una vaquillona malpariendo y la vida misma, que permite que todos entiendan que más allá del trabajo, hay una enorme cuota de pasión, de actitud hacia lo que se eligió como camino para trascender.

Y así como tantos hoy la profesión también me sigue regalando alternativas, las mismas que me hicieron transitar por ese enorme amor que nunca se acaba, el del diagnóstico en una clínica allá lejos y hace tiempo, el de un laboratorio que ya recuerdo en blanco y negro, en una cámara frigorífica, en la culata de un camión a la madrugada, en alguna carrera de endurance, o con algún perro agresivo y por qué no, en este micrófono.  En todos y cada uno de los lugares que ocupamos,  no se trabaja como Veterinario, se vive como tal.

Veterinarios, un título a la vida misma.

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