Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Vivimos en tiempos donde la velocidad del cambio amenaza con dejar atrás a quienes no logran adaptarse. Las instituciones -sean cooperativas, clubes, mutuales, asociaciones civiles, entidades educativas o empresas familiares- enfrentan un desafío que es tan antiguo como urgente, y es lograr la participación intergeneracional. Es decir, construir espacios donde jóvenes y adultos mayores no solo convivan, sino se reconozcan como parte de un mismo proyecto.
Durante décadas, muchas organizaciones se sostuvieron gracias al compromiso de dirigentes y colaboradores que, sin esperar recompensas materiales, aportaron tiempo, conocimiento y pasión. Fueron generaciones que se construyeron con paciencia y sentido comunitario, que fundaron cooperativas cuando no había caminos ni comunicaciones fáciles, que levantaron clubes en medio del campo y en los pueblos, o bibliotecas con recursos escasos, pero con un enorme capital humano.
Sin embargo, ese modelo -tan valioso en su momento- hoy enfrenta tensiones. Las formas de participación social cambiaron… Las nuevas generaciones son más horizontales, más digitales, más impacientes también. No se comprometen “para toda la vida” con una institución, pero sí lo hacen con causas concretas, con proyectos definidos y con sentido. Los jóvenes buscan espacios donde su voz tenga peso, donde se los escuche de verdad, no solo como un gesto decorativo de renovación.
Por su parte, los mayores -muchos de ellos fundadores o dirigentes históricos- suelen mirar con preocupación lo que perciben como una falta de compromiso. Pero detrás de esa percepción hay, frecuentemente, un desencuentro de lenguajes. Los jóvenes no son indiferentes; solo participan de otro modo. Quizás no asistan a todas las reuniones, pero gestionan, comunican y convocan con herramientas nuevas. Tal vez no sigan los rituales institucionales de siempre, pero conservan el deseo de transformar su entorno.
Ahí radica el meollo del problema. No es un conflicto de edades, sino de culturas. Las instituciones que comprendan esta diferencia podrán tender puentes entre la experiencia y la innovación, entre la memoria y la creatividad.
Construir participación intergeneracional no es tarea sencilla. Requiere diálogo, apertura y, sobre todo, humildad. Humildad de las dos partes. Y el gran desafío es pasar de la convivencia a la cooperación. No alcanza con que haya jóvenes y mayores en el mismo salón; lo importante es que se escuchen, se comprendan y trabajen juntos. El entusiasmo juvenil debe encontrar guía en la experiencia, y la experiencia debe renovarse con la curiosidad de los que recién llegan.
Las instituciones que logren este equilibrio no solo sobrevivirán a los cambios del tiempo, sino que se volverán faros de una nueva cultura cívica, donde la participación deja de ser una carga y vuelve a ser un acto de sentido colectivo.
En definitiva, participar juntos -jóvenes y mayores- no es un gesto simbólico. Se trata de una necesidad histórica para sostener el tejido social. Solo así podremos asegurar que las instituciones sigan siendo lo que siempre fueron: lugares donde la comunidad se reconoce, se organiza y proyecta su futuro.


Escribir comentario