Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
Dicen que los sueños son la proyección de lo que anhelamos, de lo que desearíamos, cosas que nos apasionan, que nos movilizan. Desde muy chicos soñamos juegos que haríamos de grandes, construimos, estudiamos, alcanzamos grandes metas, impulsados por esa mágica posibilidad que el cerebro nos regala cada noche de nuestras vidas, esas que según la ciencia, usamos para descansar, para que ese “disco rígido” que gira todo el día, tenga su momento de esparcimiento.
Raro no? Porque supuestamente ese famoso “REM”, es el momento donde biológicamente reparamos, reconstruimos y regeneramos parte de nuestro de cuerpo, sin embargo, en muchos de ellos construimos nuestro futuro.
Imágenes habrá miles, no las conozco profundamente, las he vivido muy en “cuenta gotas”, más que nada las imagino por conocer a todos sus intérpretes, pero en ese ejercicio veo tantas cosas, que es muy fácil predecir el resultado. Las fotos hablan por sí solas, esas no me las contaron, las vi. Son las mismas que ocurren cada día en cualquier campo de la Argentina. Padre, hijo, abuelo, algún tío o amigo recorren un potrero.
La charla en la matera no tiene desperdicio, primero las discusiones por el clima, si la humedad es la correcta y si el debate la noche anterior al teléfono con “el profe” marca que la velocidad de cosecha no debe superar lo pactado, “por una vez haceme caso” fue la simple instrucción del otro del aparato, sabiendo que por enésima vez, le preguntaría mil cosas, y unas novecientas, haría lo que se le canta. Y claro, el tal vez era chico, pero la imagen quedaba, horas y horas de charlas con vino y asado, el padre, el prestigioso “Profesor” y un amigo entrañable que era el encargado de las recomendaciones de siembra, de densidades, de variedades, de aplicaciones y de muchas decisiones, por eso más allá de los sueños, el “ambiente” en cualquier programa genético que uno pueda elegir, siempre termina inclinando la balanza, este es uno de esos claros ejemplos.
Los sueños no son cabos sueltos, a veces son la construcción diaria de lo que vamos absorbiendo cada día, es la pasión que vemos de nuestros padres, es la comunión que vemos en nuestro círculo más cercano, es ver como en cada momento, las cosas suceden como tienen que suceder, aunque no siempre los resultados sean los esperados, allí sabemos que hubo una causa común, porque todos ellos estuvieron ahí para mostrarnos el camino. Esa es la trama de esta historia, que se fue forjando como se arman cada una de las tantas historias que hablan de hijos de productores agropecuarios, impulsados no por la “tradición” sino por haber hecho de su vida, una forma de vida.
Y allá fue, un día visitó la Universidad y dijo, “acá quiero estar yo”, cierto tuvo la oportunidad de que sus padres lo acompañaron, de que nadie le discutió por un segundo sus decisiones, como nadie tampoco lo impulsó a hacerlo, su carrera fue forjada por años y años de fotos, de imágenes, de vivencias, de charlas escuchadas, de asados, de vinos, de risas, de muchas noches de ver como quienes lo acompañaban, disfrutaban lo que hacían.
Hoy se recibió de Ingeniero Agrónomo, 99,99% mérito propio, con esfuerzos, sacrificios, horas sin dormir, noches sin salir, amigos sin visitar, familia extrañando, carencias que solo un estudiante ha sabido sentir. Pero su escuela tiene la más grande de las fórmulas que alguien pueda desear; la de los sueños de parecernos a quienes más queremos. A nuestros padres, abuelos, a un Profe, o a un “tío amigo” que formaron parte de saber que hoy no somos casualidad, simplemente somos el fruto, de nuestros sueños.
Felicitaciones Agustín, los sueños son realidad.
Dedicado al flamante “Ingeniero Agrónomo” Agustín Sthempelet, en nombre de sus padres, al abuelo Mario, del Profe Guille Marrón y “del tío amigo”, Gustavo Almassio.

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