Aprender después de los 60

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Participar e interactuar en el último Seminario Nacional de ACA Jóvenes, realizado en la ciudad puntana de Merlo, y ver cómo los chicos manejan las nuevas tecnologías con naturalidad, me hizo acordar de un capítulo del libro “Guía para sobrevivir al presente”, de Santiago Bilinkis, cuando habla de “nuestro cerebro prehistórico en la era digital”.

 

En las muchas horas de viaje en un ómnibus contratado por la Regional Bahía Blanca de ACA Jóvenes tuve tiempo suficiente como para pensar que hay un momento en la vida en que uno se da cuenta de que el mundo empezó a moverse a otra velocidad.

 

No es que uno se haya detenido, pero las cosas alrededor parecen correr con una energía nueva, impulsadas por una tecnología que no da respiro. Y ahí estamos nosotros, los que ya pasamos los 60, tratando de no quedarnos afuera del todo.

 

Antes, aprender algo nuevo era un proceso natural. Se aprendía mirando, escuchando, haciendo. Hoy, en cambio, hay que aprender actualizando muchas cosas. Actualizar el celular, actualizar la computadora, actualizar la contraseña, actualizar la aplicación que usamos… Y al final, me termino preguntando si no habría que actualizarnos a uno mismo.

 

Pero no se trata solo de sobrevivir al cambio. Adaptarse a las nuevas herramientas tecnológicas es, en realidad, una forma de seguir siendo parte del mundo. Porque hoy, muchas de las cosas que nos conectan con los demás —una charla con los nietos por videollamada, una foto compartida por WhatsApp o Instagram, un mensaje en una red social— pasan por celulares que multiplican por mucho lo que hacía mi primera PC de 1994 y ahora son casi una extensión de la mano.

 

Y hay que decirlo: aquella primera experiencia de 1994 no fue fácil. No crecí, como muchos que peinan canas, con pantallas táctiles ni con inteligencia artificial. Nos formamos en un mundo donde el teléfono tenía cable, la televisión se veía con “lluvia” y dependía de cómo orientabas la antena, las cartas se escribían a mano, las noticias se escuchaban en la radio, y la notebook de entonces podría ser con suerte una máquina de escribir Lettera 22 y no en un algoritmo.

 

También venimos de una generación acostumbrada a adaptarse. Sobrevivimos a las máquinas de escribir, al fax, al correo electrónico y a los disquetes. Así que, si lo pensamos bien, la adaptación no es algo nuevo, sino una vieja costumbre.

 

La diferencia es que ahora tenemos que hacerlo con un poco más de paciencia, y a veces con ayuda. Y no pasa nada por pedirla.

Nuestros nietos disfrutan cuando les preguntamos cómo se manda un emoji o cómo se sube una foto. Porque, en el fondo, lo que hacemos al aprender no es solo incorporar una herramienta: es mantener viva la curiosidad, el deseo de seguir conectados, de seguir aprendiendo.

 

La tecnología, bien entendida, no nos aleja. Nos amplía.

Nos permite descubrir, compartir, contar. Y, sobre todo, nos demuestra que nunca es tarde para seguir aprendiendo. Y eso es lo que pasó en el reciente Seminario Nacional de ACA Jóvenes… Detrás de cada pregunta, de cada pedido de ayuda para usar nuevas tecnologías, siempre hay una oportunidad. Porque adaptarse no es rendirse ante el cambio: es seguir siendo parte de la conversación.

Escribir comentario

Comentarios: 0