Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Llevamos 813 programas y otras tantas columnas de opinión, reflexión apuntando a lo esencial que se nos ha dado a los seres humanos: la comunicación. Esa avenida de doble mano que nos hace descubrir la importancia del diálogo y de que mi interlocutor me completa. Sin embargo, lo que estamos viviendo en la Argentina está por encima de una crisis económica. Es algo más profundo: una crisis de democracia.
Y no me refiero a las instituciones, ni a la Constitución, ni al derecho a votar cada dos o cuatro años. Hablo de algo más esencial: la relación entre quienes gobiernan y quienes todos los días vivimos en la calle, trabajamos, pagamos impuestos y sostenemos este país. Esa relación está rota.
La política parece haberse convertido en un espectáculo para pocos, donde los protagonistas no son los ciudadanos sino los propios políticos. Y esto no es de un partido ni de otro: es de todos. Discuten entre ellos, se insultan, se acusan, se echan culpas como si estuvieran en un programa de chimentos, y mientras tanto, los problemas reales siguen ahí, sin resolver.
Pregunto: ¿alguien en el poder está escuchando? ¿Alguien está dispuesto a hablar con la sociedad de igual a igual? ¿Podemos, todavía, mantener diálogo con esta clase política? Porque, para dialogar hacen falta dos cosas: hablar y escuchar. Y hoy, la política argentina parece sorda. Y cuando escucha, lo hace para contestar rápido, no para comprender.
La brecha no es sólo económica. La brecha es cultural, es moral, es de sentido común. La gente vive en un país y la política en otro.
La gente habla de la suba de los precios, de si hay que elegir entre pagar la luz o comprar carne, de la inseguridad que te deja con miedo de volver a casa de noche, del narcotráfico y sus secuelas. La política habla de internas, de rosca, de candidaturas para dentro de dos años. Esa desconexión es peligrosa.Porque cuando la política deja de representar, la democracia se vacía de contenido. Se transforma en un trámite. En una urna cada tanto. Y eso es muy poco para un país que necesita reconstruirse.
¿Cómo cerramos esa brecha? Incomodando. Sí, incomodando. Porque si seguimos mirando de reojo, si seguimos quejándonos en silencio, si seguimos esperando que “alguien haga algo”, no va a cambiar nada. La paciencia de la sociedad no es infinita. Y si la política sigue encerrada en su burbuja, si sigue jugando a sus peleas de poder, vamos camino a un divorcio definitivo entre pueblo y democracia.
Y ojo: no se trata de destruir la política. Se trata de sacudirla. De obligarla a ser lo que debe ser: un servicio, no un negocio. Una herramienta de cambio, no un escenario para el ego de unos pocos. La democracia es demasiado importante para dejarla sólo en manos de los políticos. Recuperarla es tarea nuestra. Tenemos que volver a hacernos escuchar, volver a exigir, volver a incomodar.
Porque si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer. Tal vez haya que empezar por lo más básico: recuperar el diálogo. Volver a mirarnos a la cara y hablar entre nosotros. No para estar siempre de acuerdo, sino para entender que, aunque pensemos distinto, el futuro es uno solo, y es de todos.
La pregunta que queda en el aire es esta: ¿Queremos seguir siendo espectadores de un país que se desmorona en cámara lenta, o estamos listos para volver a ser protagonistas de nuestra democracia?
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