Por Carlos José Bodanza - Mañanas de Campo
Están entre nosotros, no hay nada que podamos hacer más que elegir hasta donde. Si, elegir un límite y a partir de el, entender que pueden parecer perfectas, pero no lo son. Tal vez, fue esa pesadilla que dijo tener James Cameron en donde una figura metálica lo perseguía en sueños y a partir de allí nació el personaje de Sarah Connor, obsesionada por gritarle al mundo, que no compartan más sus vida con las máquinas. Terminator se estrenó en 1984 como una loca película de ciencia a ficción, cuando las máquinas decidieron allá por lejano 2029 según este film, revelarse contra la especie humana. Ciencia a ficción extrema en aquel entonces.
Sin embargo, días atrás en un reel viral en las redes, un adolescente con tono insolente, le pide a su Inteligencia Artificial que cuente de uno a un millón, a lo que la respuesta comienza evasiva, contándole lo tedioso que podría ser y preguntándole de qué manera quiere el recuento. El pedido se repite y las maniobras evasivas también, inclusive ya con cierto enojo, el adolescente le exige el conteo y la máquina decide no hacerlo.
Hace apenas unos días, tras celebrarse el día del periodista Agropecuario, tomé coraje y realicé un curso de tres horas sobre esta nueva herramienta. Allí aprendí a relacionarme con mi nueva amiga “Meta” –un sencillo operador de wasap- donde debatimos este caso de “rebelión” artificial y tras varias explicaciones, terminó admitiendo que sin dudas, algo estaba mal, que “el conteo debió hacerse o que si no estaba preparada por memoria o no podía generarlo, debió simplemente decir no puedo” sin embargo, decidió esta suerte de desobediencia, así textualmente termina reconociendo mi “Meta”, esta suerte de “piquete” cibernético.
Para Santiago Kovadloff la cosa es simple y clara, “lo que la inteligencia tiene de artificial es que necesariamente tiene pocas angustias. Es una inteligencia que desconoce la angustia de vivir, que desconoce la incertidumbre entendida como ese proyectarse y constituirse siempre riesgoso de vivir. Es un repertorio de respuestas más que un repertorio de aperturas hacia la incertidumbre” explica el pensador. Al preguntársele a la IA sobre qué le preocupa, la respuesta fue la de una máquina, “es muy convencional solo habla de los problemas del presente, pero no hay sujeto, no hay singularidad. Del dolor, siendo un sujeto personal, no dice nada. Hablar del dolor o de la alegría o del amor, es tomar la primera persona del singular y llevarla adelante”, concluye Kovadloff.
Pienso en nosotros los “dinosaurios” –como decimos con mi amigo Juancito Berreta o Guille Rueda- los que aún tenemos a la escritura como algo sagrado, dando batallas desde un teclado, compitiendo con artilugios que son incapaces de poner en palabras el olor de la mañana, la sensación de un abrazo, el frío penetrante de una noche en el campo, el viento entre el trigo, el olor a bosta, el sabor de un asado, la calidez de un beso, la risa de un amigo, el ruido de las olas y cuanto nos maravilla día a día, y estas bestias, fueron, son y serán incapaces de percibir y generar lo que solo los seres sintientes, pueden hacer.
No les tengo miedo, simplemente los respeto por su poder de daño, por su insensibilidad de opinión, por carecer de todo lo que la respiración puede regalarnos, porque tal vez, el tenebroso sueño de Cameron o el pánico de Sara, no sean ni tan locos ni tan ficticios.
Resistiremos, como lo hicimos siempre, porque son sencillamente herramientas y no debemos darles ni un centímetro más que esa calificación posee, en la cual solo deben estar a nuestra disposición y no caer en la trampa, de subyugarse a sus encantos, tan vacíos y tan matemáticos, que a veces nuestra perezosa comodidad, es capaz de complacer.
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