Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Hace pocos días tuve la oportunidad de viajar a Paraná, en la provincia de Entre Ríos, para participar del Seminario Nacional de la Asociación de Cooperativas Argentinas. Fue, además, un reencuentro con un recuerdo muy especial de mi adolescencia: volver a atravesar el Túnel Subfluvial que une Santa Fe con Entre Ríos.
La primera vez que lo recorrí fue en los años 70, cuando junto a mis compañeros de la escuela secundaria de Saavedra viajamos en un ómnibus escolar. Por entonces, esa obra inaugurada en 1969 estaba todavía muy presente en la memoria de todos, y para nosotros tenía un halo de modernidad y de grandeza. Recuerdo que nos impresionaba su extensión, esos casi 3 kilómetros que parecían interminables, y la sensación de estar atravesando las profundidades del río Paraná.
Hoy, al volver a transitarlo, tuve otra percepción: la distancia se me hizo breve, mucho más corta de lo que imaginaba en mis recuerdos. Es curioso cómo cambia la perspectiva con los años. Lo que antes parecía inmenso, ahora se convierte en un tramo apenas fugaz dentro de un viaje más largo.
Pero lo que no ha cambiado es el valor simbólico de aquella obra. Como estudiantes, en los años 70, entendíamos que ese túnel no era solamente una maravilla de la ingeniería, sino una respuesta concreta a la necesidad de integrar a dos provincias argentinas que estaban separadas por un río. Era un puente subterráneo hacia la unión y el desarrollo.
Volver a atravesarlo ahora, tantos años después, me hizo pensar en cómo las obras humanas, más allá del tiempo, tienen la capacidad de marcar generaciones. Y también en cómo nuestra mirada se transforma: lo que ayer fue asombro y magnitud, hoy es reflexión y memoria.
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