Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
La vida es un cambio constante, es una carrera vertiginosa de adaptación y no permite la espera de que cada uno tenga sus tiempos, estás arriba o ya no estás, no hay manera de adaptarse que no sea “en el camino”, es decir, viviendo ese cambio continuo y el sector agropecuario sin lugar a dudas, es el que más debe entender que no hay forma de producir, de desarrollarse, ni siquiera de vivir, de la misma manera que se hizo toda la vida, por lo menos aquí en la Argentina.
En el mundo desarrollado, en los países donde la agricultura y la ganadería son motores constantes de las economías, los avances, etc, el productor agropecuario tiene la característica, de estar al frente de todos sus planteos. No solo trabaja en primera persona: si, en primera persona es, cada día en su establecimiento, viviendo de ello y no simplemente gerenciando, como una importante porción de nuestro sector lo hace aquí. No está mal, ni siquiera es una crítica, pero si está claro, que es un modelo en crisis y agotado.
La agricultura tal vez, ha sido por mucho tiempo, el sostén de este sistema que ha llevado a que las tierras sean arrendadas, sean explotadas por terceros, terminen en manos de grandes empresas y si bien tampoco las empresas ni quienes compran los campos o arriendan los mismos son culpables, si tal vez, el sistema ha llevado a eso: rentabilidad acotada por retenciones, comodidades de vivir de la renta, campos subexplotados, impositivamente paga lo mismo quien lo trabaja que quien no lo hace, es decir, el debate de impuesto a la tierra pero no sobre el que lo trabaja, sino sobre quien no lo hace.
En ganadería la ineficiencia sale en el primer ítem de producción: destetamos el 60-65% del rodeo nacional. Peor imposible. Enormes extensiones sin tecnología, sin gente, donde pensar en un tacto o en trazabilidad, para muchos es una kimera, en productos que al día de hoy, valen más caros que en toda la historia de la ganadería argentina. Pocas veces una vaca –después podemos desglosar si es tan rentable o no- pero a valor capital, nunca una vaca en dólares, valió lo de hoy. Y el ternero, posiblemente digamos, difícilmente vuelva a costar en la historia, lo que hoy vale en dólares. Y sin embargo, ahí estamos, con pérdidas, con malos manejos, con dueños que ni soñarían vivir en el campo, “queda lejos, es inviable, no hay comunicación, los caminos, etc, etc” mientras que en los principales países productores –EEUU por ejemplo- es una rareza que el farmer, su familia entera, su familia política y alguno más, no sea parte del emprendimiento productivo, viviendo en el campo, siendo empleados en primera persona, y haciendo del sistema, algo eficiente y posible, algo que por acá, estamos en muchos casos, a años luz.
Y sin embargo, en el medio de esta gigantesca crisis a la que nos han traido los últimos 50 años de gobierno –acentuada y acelerada por los últimos 20 años donde se han directamente robado medio país con la excusa del supuesto –que nunca ocurrió- reparto a la sociedad- el campo hoy es elegido una vez más para enfrentar un cambio de paradigma.
Es cierto, no podemos vivir pidiendo permiso para producir, pero sin dudas, encontrar un gobierno que atiende algunas necesidades, que escucha los reclamos, que simplemente “acompaña sin golpes ni chicanas”, sin sometimiento y ponderándolo con medidas concretas, darle la espalda a eso, es no mirar alrededor, que quienes están haciendo el verdadero esfuerzo, no son los ganaderos con un momento histórico único, no son los maiceros que más allá del clima y el mercado, ya nadie los persigue con cierres, con Cupos, con Roes, con desbarajustes contínuos desestabilizándolo todo. No, los que están bancando, son asalariados, son jubilados, son gente que ni soñaría, con lo que un productor- grande o chico- hoy tiene.
Es obligación tener memoria, y es casi obligación, adaptarse. El modelo del arrendador en la cómoda, de los viajes por el mundo, del que atiende el campo en las grandes extensiones por teléfono y viaja una vez por mes al campo, se acabó, se agotó, es un lujo caro y obsoleto. No es ni el gobierno, ni las políticas ni el mercado, los culpables de que ese modelo –mal o bien llamado oligarca- esté claramente en extinción, es una realidad que golpea las puertas. Y la verdad, al menos en mi pensamiento, a Dios gracias, porque de los otros, de los que quieren realmente vivir y trabajar de esto, está lleno. A ustedes, háganse a un lado, a laburar o callarse a boca.
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