Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
Ahí están, siempre los mismos, se repiten, se copian, a veces se mejoran, pero están presentes. Los necesitamos para funcionar, la psicología dice que nos prestan seguridad, en ellos nos permitimos por un momento, estar en un lugar confiable, por eso vamos siempre al mismo lugar.
A veces es un simple trago, como el que me acompaña sábado tras sábado cuando me siento al teclado, alguien cree que eso es suficiente para escribir unas líneas? No, es el ritual es el que lo permite, es el abrir un rato la tranquera a todo eso que está ahí, que todos lo tenemos, pero que algunos en algún momento, nos atrevimos a darle rienda, a que galope sin mirar atrás, a que no tenga temor de un buen “mamporro”, porque en definitiva, todo vuelo necesita una caída, y eso es algo que siempre debemos permitirnos.
Los juegos de la mente tienen cientos de caminos, a todos alguna vez nos pusieron un candado y cada uno de nosotros, respondió a su manera, liberando o no esos pensamientos que es sano dejar correr, nada debemos envidiarle a nadie a la hora de expresarnos, simplemente algunos han tenido la suerte de no tener temor a hacerlo, solo por eso, tal vez escriben, logran extender una idea hacia un papel, un teclado o un micrófono, créelo, no existen diferencia entre las personas, simplemente es cuestión de que el camino no lo cierren.
Las mañanas siempre se parecen, podríamos escribir mil historias parecidas de cómo cada uno, emprende los rituales a los cuales, nos cuesta despegarnos. Para muchos estará el mate, el café o la ducha, para otros simplemente un fuego y un desayuno y estará el que todo eso, lo deja para el viaje, al trabajo, al campo o donde sea, no hay tesoro más valioso que generarse un tiempo para disfrutar esos momentos, repetidos, rutinarios, casi obsesivos, pero que hay que disfrutar, porque son parte de cada día. Todo se acrecienta sobre la mañana, allí seguramente marcamos esas “taras” que no estamos dispuestos a negociar, porque en el fondo, sabemos que forman una parte importante de nosotros mismos.
Hace poco charlando con un amigo que viaja de campo en campo, me mostró a la pasada las fotos y videos que con un drone, realizó volando sobre el dique Paso de las Piedras: allí, entre nubes tomó altura y logró llegar a la mirada de un sol parado sobre ellas, una pintura surrealista, que solo aquel que está dispuesto a valorar el camino sobre la llegada, es capaz de lograr. Algo que todos deberíamos preguntarnos cada día, más allá de obligaciones, de horarios y de compromisos, “cuánto” estamos dispuestos a disfrutar el recorrido y cuánto a dejar atrás, los objetivos finales.
Si repasamos nuestro día, seguramente habrá un parque, una plaza, una calle, una casa, un camino vecinal, la laguna a lo lejos, el trigo naciendo, la sembradora chiquita al fondo del cuadro, la neblina cortando el camino, el alambre infinito, miles y miles de fotos que muchas veces dormidos en la carrera diaria, no miramos, no sacamos, no somos capaces de entender que están ahí, esperando por nosotros.
Hay hielo en el vaso y tomo otro sorbo, no porque sea tan fanático de la bebida, pero disfruto este momento, muchas veces en la semana lo imagino, juego a no hacer nada creativo, intento negarme a los temas que me vienen a borbotones, porque sería traicionar el instante donde el teclado, los rituales y la imaginación, se juntan por un rato, juegan “el picadito de los sabados” y saben bien, que si hay un “porrazo” será por divertirse, hace muchos años dejé atrás la obligación de escribir algo perfecto.
Es un sábado más, un simple editorial que no busca llegar a ningún lado, sino simplemente como cada día, intentar disfrutar su recorrido. Rituales, el lugar donde por un instante, somos nosotros mismos.
Carlos Bodanza – Rituales, el sabor de disfrutar el recorrido
Ahí están, siempre los mismos, se repiten, se copian, a veces se mejoran, pero están presentes. Los necesitamos para funcionar, la psicología dice que nos prestan seguridad, en ellos nos permitimos por un momento, estar en un lugar confiable, por eso vamos siempre al mismo lugar.
A veces es un simple trago, como el que me acompaña sábado tras sábado cuando me siento al teclado, alguien cree que eso es suficiente para escribir unas líneas? No, es el ritual es el que lo permite, es el abrir un rato la tranquera a todo eso que está ahí, que todos lo tenemos, pero que algunos en algún momento, nos atrevimos a darle rienda, a que galope sin mirar atrás, a que no tenga temor de un buen “mamporro”, porque en definitiva, todo vuelo necesita una caída, y eso es algo que siempre debemos permitirnos.
Los juegos de la mente tienen cientos de caminos, a todos alguna vez nos pusieron un candado y cada uno de nosotros, respondió a su manera, liberando o no esos pensamientos que es sano dejar correr, nada debemos envidiarle a nadie a la hora de expresarnos, simplemente algunos han tenido la suerte de no tener temor a hacerlo, solo por eso, tal vez escriben, logran extender una idea hacia un papel, un teclado o un micrófono, créelo, no existen diferencia entre las personas, simplemente es cuestión de que el camino no lo cierren.
Las mañanas siempre se parecen, podríamos escribir mil historias parecidas de cómo cada uno, emprende los rituales a los cuales, nos cuesta despegarnos. Para muchos estará el mate, el café o la ducha, para otros simplemente un fuego y un desayuno y estará el que todo eso, lo deja para el viaje, al trabajo, al campo o donde sea, no hay tesoro más valioso que generarse un tiempo para disfrutar esos momentos, repetidos, rutinarios, casi obsesivos, pero que hay que disfrutar, porque son parte de cada día. Todo se acrecienta sobre la mañana, allí seguramente marcamos esas “taras” que no estamos dispuestos a negociar, porque en el fondo, sabemos que forman una parte importante de nosotros mismos.
Hace poco charlando con un amigo que viaja de campo en campo, me mostró a la pasada las fotos y videos que con un drone, realizó volando sobre el dique Paso de las Piedras: allí, entre nubes tomó altura y logró llegar a la mirada de un sol parado sobre ellas, una pintura surrealista, que solo aquel que está dispuesto a valorar el camino sobre la llegada, es capaz de lograr. Algo que todos deberíamos preguntarnos cada día, más allá de obligaciones, de horarios y de compromisos, “cuánto” estamos dispuestos a disfrutar el recorrido y cuánto a dejar atrás, los objetivos finales.
Si repasamos nuestro día, seguramente habrá un parque, una plaza, una calle, una casa, un camino vecinal, la laguna a lo lejos, el trigo naciendo, la sembradora chiquita al fondo del cuadro, la neblina cortando el camino, el alambre infinito, miles y miles de fotos que muchas veces dormidos en la carrera diaria, no miramos, no sacamos, no somos capaces de entender que están ahí, esperando por nosotros.
Hay hielo en el vaso y tomo otro sorbo, no porque sea tan fanático de la bebida, pero disfruto este momento, muchas veces en la semana lo imagino, juego a no hacer nada creativo, intento negarme a los temas que me vienen a borbotones, porque sería traicionar el instante donde el teclado, los rituales y la imaginación, se juntan por un rato, juegan “el picadito de los sabados” y saben bien, que si hay un “porrazo” será por divertirse, hace muchos años dejé atrás la obligación de escribir algo perfecto.
Es un sábado más, un simple editorial que no busca llegar a ningún lado, sino simplemente como cada día, intentar disfrutar su recorrido. Rituales, el lugar donde por un instante, somos nosotros mismos.
(*) Foto: Agustín Narvarte
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