El balcón de la república rota

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

En la Argentina, hay algo que parece estar por encima de todo: de la Constitución, de la división de poderes, de los fallos judiciales más firmes… y hasta por encima de la república misma. Me refiero, claro, al peronismo. Y más aún, a su versión más cerrada, más dogmática: el cristinismo.

 

En estos días, lo que estamos viendo roza lo absurdo. Porque si alguna vez soñamos con ser un país del primer mundo, lo de esta semana nos obliga a despertar de golpe. Eso sí, algo somos: un país de culto. Literal. Porque desde todos los medios, desde todos los ángulos, lo que vemos es una peregrinación constante hacia San José 1111, en el barrio de Constitución. ¿Qué hay allí? Una figura condenada por corrupción, pero que sus fieles tratan como si fuera una santa.

 

¿Y qué es eso sino una expresión clara de lo que venimos viviendo hace décadas? Un patrón de desdén hacia las instituciones, de manipulación de los resortes del Estado, y de una narrativa que convierte a los poderosos en víctimas eternas, aun cuando las pruebas digan otra cosa.

 

Esto no es nuevo. No es de ahora. Es parte del ADN del movimiento. Y lo más grave es que esa cultura política, esa lógica binaria de “amigos o enemigos”, de “lealtad o traición”, nos ha moldeado a todos, nos ha condicionado como sociedad.

 

Y ahora, allí, en esa esquina convertida en altar improvisado, la figura de Cristina Fernández de Kirchner aparece como la Difunta Correa de la política: una suerte de deidad que promete redención a quienes aún creen que ella, y solo ella, tiene la llave del destino argentino.

 

Pero no se trata de una devoción espontánea. Se trata de un sistema de poder que ha aprendido a sobrevivir destruyendo todo lo que le imponga límites: las leyes, la justicia, el sentido común.

 

Tal vez ya sea hora de dejar de esperar que el peronismo cambie. Porque no va a cambiar. Quizás lo que deba cambiar es nuestra actitud. Empezar a exigir, de una vez por todas, lo mismo para todos: respeto por la Constitución, por la ley y por las instituciones que nos hacen una democracia. No perfecta. Pero al menos, real.

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