Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
Hoy es 25 de Mayo. Y no es una fecha más. Se cumplen 215 años de aquella revolución que dio el primer paso hacia nuestra independencia. Aquellos patriotas, con mucho coraje y sin garantías, se plantaron. Dijeron basta. Se hicieron cargo de su destino y apostaron por algo nuevo.
Y la pregunta que cae de maduro es, ¿Qué hicimos con todo eso? ¿Qué queda hoy de aquel espíritu revolucionario?
Porque llegamos a este aniversario en una Argentina que sigue remando en la incertidumbre. Es cierto, la inflación muestra una tendencia a la baja. Pero eso no se traduce, al menos todavía, en un alivio real para la mayoría. El costo de vida sigue alto, los salarios siguen muy por detrás, y la angustia cotidiana persiste. La heladera vacía no se llena con estadísticas, por más promisorios que sean algunos números.
Tenemos un gobierno que llegó prometiendo cambio, orden y soluciones. Y hay decisiones firmes que marcan un rumbo claro. Pero también hay mucha dureza, falta de sensibilidad, mucho enojo inútil, y una distancia preocupante con la realidad que vive gran parte de la sociedad.
Y en paralelo, una clase política y sindical que muchas veces parece vivir en otro mundo. Que discute cargos, privilegios e internas, como si no entendieran que afuera hay un país al límite. Un país que ya no tiene margen para que se sigan mirando el ombligo.
Pero todavía hay otra Argentina. La silenciosa. La que se levanta cada mañana, trabaja, estudia, emprende, acompaña. Esa Argentina que sostiene todo, sin micrófonos ni cargos. Esa que, a pesar de todo, todavía cree en un futuro mejor.
El 25 de Mayo no es solo una escarapela o un acto protocolar. Es una invitación a despertar. A recordar que este país nació porque alguien se animó a cambiarlo todo. A no conformarnos. A no resignarnos. A entender que la independencia se construye todos los días, con responsabilidad, con compromiso, con coraje.
Que esta fecha nos sacuda un poco. Que nos haga mirar hacia adelante, y hacia adentro también. Porque nadie va a venir a salvarnos. El futuro sigue siendo una hoja en blanco. Y, como hace 215 años, depende de nosotros volver a escribirlo.
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