Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo
La vieja Tonomac “Super Platino” sonaba fuerte y claro, mientras que la mañana de otoño marcaba poco a poco la falta de claridad. El “Atelier” –así lo había bautizado Alicia, la abuela Francesa materna de Lucca- era una mezcla de taller, con consultorio, ferretería, biblioteca, criadero y por qué no, carnicería. Esta última denominación era en definitiva el verdadero origen de este galponcito de chacra, que tenía no solo un “reel” para medias reses en el techo, sino que todavía colgaban algunos de los ganchos usados para secar fiambres en algún invierno.
“Ji ne tean do!” marcaba Don Néstor Angel Barbieri para que sin reloj supiera de reojo que eran las 7 am, ya levantado y con pava y mate en mano, dispuesto o bien a repasar algunas cuestiones pendientes del trabajo en un escritorio improvisado –era la camilla de un viejo consultorio- y por la ventana disfrutaba la vista de la laguna al costado de una galería de eucalitpos. El repaso del día sábado era obligatorio: dar de comer a las ovejas, revisar los incipientes olivos, destapar los picos de riego, poner en marcha la bomba, sacar los perros de los caniles y desde ya al mediodía, calcular los comensales, en la chacra no había fines de semana sin un fuego de sábado y domingo.
Las notas iban pasando y en todas me quedaba con ganas de más, Barbieri fue un verdadero precursor del periodismo Agropecuario, pero más allá de una mirada puesta en el hombre de campo, el programa tenía mucho más de “telúrico” que de científico, para mis jóvenes ganas de Veterinario en pleno desarrollo. A cada nota me imaginaba preguntas que podría hacerle, se me mezclaban las ganas de nutrición, de reproducción, de genética, de todo lo que tal vez entre el trabajo y la facultad, me daban el impulso. Era casi una “misa” escuchar ese programa, hasta que allá en el 2002 descubrí a un tal Alejandro Cánepa y ya la disposición de la vieja radio, era entre cambiar la emisora de a ratos, jugando con Continental, en una “hora del campo” que tenía un poco más de la mirada profesional que como oyente, me gustaba ponerle a las entrevistas.
Tal vez fui ahí en esas “Mañanas de Campo” que creció la semilla, vaya a saber si esa “heredabilidad genética” que uno siempre pregona a la hora de hablar de impronta de mi viejo también influyó, si ese otro bicho de radio aficionado llamado Claudio Lofvall terminó de empujar o la influencia del siempre “docente en los medios” Mariano Galassi fueron los “germinadores” para que aquello que fuera una mateada con la mirada perdida y voces en silencio en la cabeza, se convirtieran en esta pasión que no tiene final ni techo, hoy nos lleva junto a mis buenos amigos, a seguir construyendo cada domingo este espacio.
Del campo al micrófono no hay casi distancia para nosotros, crecimos en la idea de que la noticia, nacía en un potrero, en un corral, en un fogón y claro que sí, en nuestra querida matera, como allá en los amaneceres de Calderón. Porque no hay que saber de Campo, para hablar de Campo, hay que sentir, hay que saber bajarse para abrir tranqueras o tranquerones, hay que bajar de un tractor para sentir que el piso se te mueve por unos cuantos pasos, hay que poner un tronco más para que el fuego no se apague, hay que poder disfrutar del olor a bosta aunque a veces la tierra de la manga te aparezca en lagañas al otro día a la mañana.
No somos un programa de Campo, somos el Campo en un programa, puede gustar o no, pero es lo que sabemos hacer, sobre todo, es lo que nos encanta hacer.
Dicen entonces, que 20 años no son nada y si cualquiera de nosotros lo pensamos por un momento, la verdad que no, porque más que nunca, me parece que fue ayer.
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