Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo
He vuelto a mi retiro cordobés aunque esta vez para cumplir algunos compromisos que tengo con cooperativas agropecuarias de este barrio.
Amo los amaneceres y los atardeceres en el campo, aprecio el silencio apenas cartado por el canto de las aves o el llamado de las ovejas madres a sus crías para que se mantengan cerca. El celular está en silencio y sólo es usado para captar la imagen del sol asomando o poniéndose en el horizonte. Todo es calmo, el cuerpo acompasa ese silencio.
Se trata de un momento sublime para quienes gran parte del año convivimos con la vorágine de la ciudad. Es el instante en que me olvido de todo, sólo me reencuentro conmigo mismo. El silencio también es respetuoso, el filósofo coreano Byung-Chul Han señala que el respeto presupone una mirada distanciada y se forma por la atribución de valores personales y morales. Algo así sucedió el jueves pasado en ocasión del acto de presentación del libro “Hola, soy Víctor Bocio”, el bocha, tras la asamblea de la cooperativa Cotagro de General Cabrera. La mayoría de nuestros oyentes nunca deben haber escuchado ese nombre.
Sin embargo, hubo un silencio respetuoso, emotivo, cuando se destacó la figura de un hombre que no sólo prestigió a la entidad como gerente general, sino también se recordó al líder, al dirigente de las entidades del grupo cooperativo que lidera ACA, al hacedor de sueños, al estratega, al hombre de carne y hueso con sus virtudes y sus defectos, pero con el tesón propio de los que trabajan denodadamente para que todos- de alguna manera- vivan una existencia fecunda. Así lo fue en vida el querido Bocha y cuya biografía fue plasmada también por un querido hermano que me dio el cooperativismo, Eduardo Maffini, y que no alcanzó a ver su obra impresa. Tanto por Víctor Bocio como por su biógrafo, Eduardo Maffini, siempre sentí una profunda admiración y respeto.
Mis padres biológicos y mis mentores espirituales me inculcaron la capacidad de apreciar la nobleza en los demás y de conmoverme ante los talentos cultivados y la integridad de quienes me rodean. Víctor y Eduardo, con humildad, sin sacar patente de nada, transitaron por la vida con gran talento y rectitud. Fueron hombres dignos, verdaderos ejemplos de honestidad y trabajadores incansables en la búsqueda de bien común en medio de un mundo de baldosas flojas.
Por eso, amo los amaneceres. Ellos simbolizan el nacimiento, la esperanza de un nuevo día que nos da la oportunidad de mejorar nuestros talentos. Y también amo los atardeceres, porque ante la caducidad de la luz y el advenimiento de la noche, por más oscura que sea, siempre nos aguarda un amanecer promisorio.
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