El cruce

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La sensación de inmensidad es inacabable, por momentos la vista se mezcla con los pensamientos, entendiendo conceptos de majestuosidad, grandeza, pequeñez humana y el enorme poder de la madre naturaleza, devolviendo en alturas, semejante monumento llamado cordillera. Colores, sensaciones, luminosidad y sombras, son partes de un recorrido donde el hombre, es un insignificante testigo de las obras de la creación.

 

Qué es viajar sino justamente entender que los que nos rodea, es casi tan misterioso como lo que llevamos dentro? Me pregunto mientras el recorrido me lleva al lugar que hoy me acobija detrás de esa muralla, aquí en el país que nosotros solemos llamar, “tras los Andes”.

 

No es mi primera vez en un Monasterio, o sí tal vez, recordando aquella visita a los “trapenses”, pero en aquella oportunidad desde afuera, ya que en esta ocasión, el viaje es al interior de la Asunción de Santa Maria, o conocidas como las Hermanas Benedictinas.

 

El silencio es la norma que rige el claustro, sin embargo por dentro un pequeño ejército dedicado a la oración, vive sus días entre el trabajo que incluye no solo el mantener impecable un enorme Monasterio, sino también la producción apícola, frutal, confección de velas, estampas y un sinfín de cuestiones, emplazadas en varias hectáreas donde por estos días, la siembra de ajo bajo riego cordillerano, perfuma el aire, mezclado con almendras, higueras y un sinfín de aromáticas que pintan el paisaje.

 

La tranquila vida de este sitio sin embargo, está revolucionada por estos días: el día de hoy es coronado por uno de los mayores festejos de la Iglesia de estos pagos, mayor aún que la propia Navidad, donde la “Epifanía” conmemora no solo la llegada de los Reyes Magos –que en definitiva es la fiesta popular- sino que su sentido más profundo, habla de “la manifestación del Señor a todas sus gentes”, recordando más bien el bautismo de Jesús y en su propio significado, la “manifestación” como palabra madre, describiendo la entrada poderosa de un Rey a una ciudad.

 

Casualmente, hoy es el día donde este lugar tan silencioso, será cubierto por la alegría y la llegada de niños y familia de las localidades cercanas a Rengo, para celebrar en una misa con reyes y regalos incluidos, esta apertura de una “hermandad” tan antigua como vigente, recordándonos que en definitiva, la historia y el presente no existen el uno sin el otro.

 

Pienso en el “cruce”, pero no solo ese que habla de montañas y la vista extasiada de alturas, sino más bien de ese que tanto tememos hacer a veces, el de nuestro propio interior, el de nuestros silencios, en ese que también como cristianos significa “mirar hacia arriba” sin tanto temor a avergonzarnos de nuestras pequeñas miserias, ese “cruce” que nos exige muchas veces perdonar a algún familiar, amigo o por qué no, a nosotros mismos, reconociéndonos con limitaciones y virtudes, pero capaces de superar esa gran barrera que significa superarnos.

 

Pienso en los monjes y rápidamente entiendo, que el trabajo del campo y sus productores, “Ora y labora” es la definición exacta que San Benito en su mandato de “El trabajo” dejó para sus seguidores, dejando tal vez lo que podría ser tan equivalente para un monje como para un productor: “porque precisamente así son verdaderos monjes” reza San Benito, “cuando viven del trabajo de sus manos, colaborando en la obra de la creación, solidarizándose con los hombres, intentando fructificar el jardín de Dios, por sencillo que parezca, despertando el sentido de pertenencia y equipo, la capacidad de esfuerzo, porque trabajamos para sustentarnos y poder compartir con los más pobres y necesitados”.

 

La fiesta está casi a punto de comenzar, y las palabras quedan resonando mientras que el silencio poco a poco se mezcla con los primeros sonidos. Vuelvo a pensar en el “cruce”, sin temores, sin tantos misterios, solo la simpleza de una orden, tan antigua y tan lógica que su vigencia, deja enseñanzas para aquellos que estén dispuestos a tomarlas.

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