Ejemplaridad

Por José Luis Ibaldi - Mañana de Campo

Desde hace mucho tiempo pareciera que los argentinos no cumplimos con el rito diario de arrancarnos la costra de una herida, como una forma de autoflagelación inexplicable. Es como si no pudiéramos prescindir del escándalo que nos agravia, el papelón que nos avergüenza, de la impudicia que nos desconcierta.

 

Esa es al menos, la imagen que se transmite en los medios de prensa y en las redes sociales, sin presentar alternativas alentadoras para nadie, sobre todo para los jóvenes que crecen en la anomia, sin ejemplaridad y con aprensiones sobre el futuro que les espera.

 

Los “Chocolate” de la vida, los políticos impúdicos que se exhiben sin recato en lujosos yates y con la insolencia de los enriquecidos en forma dudosa, o la corrupción generalizada en todos los estamentos, no hacen más que enviar mensajes a la sociedad y muy especialmente a los más jóvenes de que la moral del trabajo es una antigualla.

 

El funcionario venal y el empresario sobornador, y viceversa, que en un país serio deberían estar presos, se presentan como paradigmas de éxito ante una Justicia que, además de ciega es sorda, muda y amiga del poder.

 

Alguien definió la “viveza criolla” como una mezcla de habilidad y falta de escrúpulos, que no es la auténtica “viveza”, la inteligencia que obliga a levantar la mirada para ver más allá, para elegir con acierto los medios adecuados en función de los fines deseables para las personas y los pueblos.

 

Son muchos los que medran. Conocidos por investigaciones o no, son muchos los que corrompen o son corrompidos. No obstante, y por fortuna, son millones los argentinos que todos los días acuden a su trabajo, cuidan sus hijos y procuran encauzarlos por la buena senda.

 

Los que trabajan en el campo de sol a sol, los que están en las plantas de montaje de las fábricas, los obreros, los médicos y enfermeras de hospital que trabajan en condiciones paupérrimas, los que diariamente hacen fila en búsqueda de un trabajo, la enorme mayoría de los argentinos que trabajan, crean, estudian, enseñan con vocación o investigan, constituyen la fibra sensible que nos mantiene en pie como nación.

 

El secreto de estos hombres y mujeres radica en la dignidad. Ser dignos nos permite ante la tentación, la posibilidad o no de testimoniar. Dar testimonio ante la llamativa o fascinante tentación deshonrosa es el inicio y el fin del principio ético sobre el que se asientan nuestra cultura y nuestra civilización. El compromiso moral es con nosotros mismos y con la nación y por eso debemos ser fuertes y estar dispuestos a combatirla manteniendo nuestra condición de ciudadanos ejemplares y que damos testimonio en todo momento.

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