El Sarmiento de Don Francisco

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Mañana se cumplirán 135 años del fallecimiento del gran maestro sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, en la ciudad de Asunción del Paraguay, en cuya figura, celebramos el Día del Maestro y a quienes les adelantamos todo nuestro respeto y agradecimiento por la labor encomiable que realizan.

 

Un querido y recordado amigo, don Francisco Loewy, quien fue fundador de Coninagro, además de dirigente de Fraternidad Agraria y  de la Cooperativa Granjeros Unidos de Rivera, no se le escapó -más allá de su condición de inmigrante- la obra y el pensamiento de Sarmiento.

 

Escribió: “Ocurre en la vida de las personas y también en la de las sociedades: los recuerdos a veces se deforman, se relegan al olvido aspectos del pasado. La volcánica personalidad de Sarmiento ha sido propicia a esta sutil deformación. Fue apasionado, combativo y polémico. También fue multifacético y plural. Ello ha permitido oscurecer la unidad de su pensamiento, enfocando solo algunas de sus parcialidades.

 

“Su celo permanente por la educación justifica ampliamente el título de Maestro, con que lo distinguen en todo discurso de homenaje. Pero no se agota aquí su significado. Este noble empeño fue parte de una concepción más amplia, a la que le dio el nombre de ‘civilización’.

 

“La dura antinomia civilización/barbarie fue a su vez piedra de escándalo. Surgió como bandera de lucha. En la medida en que nuestra historiografía la separó de su contexto contingente, se dividió el pasado en un segmento blanco y otro negro, causando controversias objetivamente redundantes. Hoy sabemos, muy a nuestro pesar, que civilización y barbarie coexisten en el seno de toda sociedad, y continúan librando sus batallas perennes con variada suerte.

 

“A mediados del siglo XIX el concepto civilización tuvo un significado históricamente concreto, y una generación de pensadores se empeñaba en preparar su advenimiento. Derrocado Rosas, aportaron sus ideas, maduradas en la lucha y en el exilio, a la construcción de una sociedad abierta.

 

“Conoció Sarmiento la Europa de mediados del siglo XIX. Percibió los vientos de la Revolución Industrial. En América del Norte vivió la creación de una nueva sociedad. Esta experiencia, catalizada por una mente poderosa, la proyecta sobre la problemática argentina, abarcando desde sus bases materiales y afectivas hasta la esfera de su cultura cívico-ética.

 

“A la ganadería extensiva en tierras fértiles opone la complejidad de la granja, la agricultura y la ganadería. Sobre esta base de sustentación, no en su reemplazo, adquiere real sentido su preocupación educativa, que tiende a crear las pautas culturales de una civilidad republicana e integrar la políglota inmigración a esta civilidad.

 

“Las tendencias prevalecientes en su época le fueron adversas: ‘Yo soy -escribe Sarmiento- una protesta contra nuestras tradiciones, nuestra obra incompleta’. Y agrega: ‘Quisiera que entremos en la realidad de la República, a saber, que las elecciones fuesen reales, que la representación fuese real, que el poder fuese real. Algo más querría, y es que la moral fue también parte de la política’. ¡Cuán contemporáneo suena esto!

 

Y concluye don Francisco Loewy: “Sarmiento midió como pocos la profunda complejidad de un proceso, que implica la formación de una comunidad nacional en un territorio como el argentino. Advirtió con agudeza sus planos interrelacionados y su totalidad inconclusa. Luchó, finalmente contra toda esperanza, por su desarrollo, así fuera a pasos medidos. Sin perder de vista la meta entera: una Nación, que bien plantada en su propio suelo se integre al mundo con autonomía y personalidad. La cuestión fundamental quedó abierta como una herida…”.

 

Palabras escritas por don Francisco Loewy, un inmigrante alemán que interpretó a Sarmiento como pocos. Un amigo a quien extraño en la profundidad de mi alma.

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