El valor de cada encuentro

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Cada año no se parece al anterior y seguramente habrá diferencias con el próximo, con los anteriores o con los que vendrán, cada uno con su impronta, con sus sensaciones, con ese latir que cada 12 meses, ocurre en medio de la ciudad de Buenos Aires, ese lugar en el que prácticamente todos, quieren estar.

 

Lo cierto es que un año más nos encontró recorriendo la Rural de Palermo, una muestra que tiene la capacidad de renovarse a sí misma, a pesar de años y años, donde no existen tantos cambios, siempre y cuando, los pongamos en una línea de tiempo más o menos determinada. Los animales están siempre donde están, las maquinarias –cada vez menos- sumadas a los autos, se repiten, los patios de comida, la ropa, los laboratorios, hay una ciudad interna con sus propios códigos, donde a ojos cerrados, podemos repetir el recorrido, sin que los lugares, sean demasiado diferentes.

 

La pregunta entonces sería, que es lo que cambia? La gente, el único y principal ingrediente en definitiva, que hace grande a Palermo, que lo hace importante, que le da el toque diferente, con sus sentires, con sus experiencias, con sus conocimientos, con su trabajo, con sus ideas.

 

Por eso no hay un Palermo igual a otro, ni siquiera sus animales, hay años donde por alguna razón, crecen razas sobre otras- Shorthon fue el ejemplo casi con 100 ejemplares en sus 200 años-, es probable que haya filas finales que serán más recordadas que otras, pero tampoco cambia la pasión, las tribunas dicho hasta el hartazgo, no existe en ningún lugar del mundo, con cuatro pistas con juras a la vez y con prácticamente 6 tribunas repletas, siguiendo los Criollos, los “poleros”, tres o cuatro razas bovinas a la vez y sin contar, los ovinos que se agrupan en otro pabellón. Más entusiastas, o menos, los miles de observadores están ahí, pendientes, sin medio metro para moverse, cubriendo barandas, escaleras, sillas, recovecos, no hay un lugar para desplazarse y a veces parece que el tiempo se detiene, cuando el jurado está a punto de entregar un Gran Campeón.

 

Entrar tal vez no fue barato para los visitantes, comer seguramente mucho menos, cada día a todos se no nos nota que pagar una cuenta, nos resultada cada día más cara, es posible como dice un amigo, “no están caras las cosas, los baratos, somos nosotros” y estoy convencido, de que nadie pagó un almuerzo, sin que por lo menos le llamara la atención la suma.

 

“Lo veo devaluado” me dijo otro amigo, tal vez contando menos animales adultos en la raza emblema de la Argentina, y no creo que el término aplique, porque en definitiva, son sensaciones, porque siempre terminamos emocionándonos, sorprendiéndonos, vibrando con los ganadores, abrazados con algún cabañero o sacrificado laburante, que tanto le puso a ese toro, o que apostó por una ternera y siempre estará el mate, la picada, la cerveza en la fila, porque son muy pocos los que ganan y en definitiva como explicó un reconocido jugador de básquet, lo raro es ganar, porque para eso, hay que acostumbrarse a perder en la mayoría de las ocasiones, en esa hermosa costumbre de participar, de decir presentes, de estar en competencia, nace el verdadero sabor del triunfo, “para mí estar acá, es ganar siempre, hay que estar porque acá se arman los negocios”, me decía mi amigo el “loco”, quien supo de grandes glorias y de cientos de derrotas, pero tal vez, la peor derrota es no haber quedado con vida.

 

Por eso la sensación de un Palermo distinto, es muy personal, cada uno se lleva emociones propias, que seguramente tendrán que ver con situaciones internas, con vivencias, con la vida misma, en un país donde las cuestiones sociales-las pongo en primer lugar, al menos para quien suscribe las más complejas de resolver-, las económicas –esas que nos angustian casi a diario- y de las otras, las que no entendemos que deberíamos pasar por alto, porque en definitiva, no son las cosas importantes, porque cada día a nuestro alrededor, sobran ejemplos de qué ocurre cuando nos olvidamos de las reales prioridades de vida.

 

Se fue otro Palermo y con el cada uno se llevará emociones diversas, pero estoy seguro que cuando cada uno repase la importancia de los momentos vividos, ese primer abrazo con un amigo, esa palmada en la espalda de un colega, ese estrechón de manos con respeto, ese mate compartido y ese brindis final, serán suficiente para saber que lo más importante de Palermo, es el poder volver a encontrarnos.

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