Amigo

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El jueves pasado se celebró el Día del Amigo y si hay una canción emblemática para describirlo es la que compuso el cantautor brasileño Roberto Carlos, cuando lo describe como aquel “hombre con alma de niño”, que “da su amistad, su respeto y cariño”.

 

Cuando estamos en el otoño de nuestras vidas, tener presente a los amigos que nos dio la vida es resistir al paso del tiempo; nos mantiene jóvenes de alma, de espíritu, aunque algunos de ellos ya hayan partido a ese viaje que nos impone el destino.

 

He escuchado decir que los verdaderos amigos son los que se cultivaron en la infancia. Es posible que sea así, aunque para mí, todas las etapas de la vida fueron y siguen siendo hitos, símbolos de encuentro con nuevos amigos, sin olvidar aquellos con los cuales me crie en el barrio y en el pueblo de Saavedra y con los que compartimos las primeras travesuras, los primeros juegos, la escuela primaria.

 

La Amistad, tal cual lo dice Roberto Carlos, nos permite superar los más duros momentos y no cambiar “por fuertes que fueran los vientos”. La Amistad no es solo festejo. Los verdaderos amigos se ven cuando nos dicen aquellas cosas que no queremos escuchar, pero que nos hacen reflexionar y nos ayudan a crecer, a evolucionar.

 

La Amistad es aquel acto sublime que nos da el Creador, además de la familia, para compartir la alegría y los momentos de zozobra. Nos pone a prueba, nos desafía a mirarnos al espejo de nuestros amigos no para parecernos, sino para completarnos como personas.

 

La tarea de edificar la Amistad es apasionante y a la vez ardua. Hace algunos años, el doctor René Balestra -uno de esos amigos que me dio el cooperativismo- comentó una historia que tiene mucho que ver con esta labor de construir la Amistad hacia adentro y hacia afuera de nosotros. Dijo que en el renacimiento italiano florecieron en la ciudad de Cremona dos familias de luthiers de admirable nobleza. Fueron los Guarnerius y los Stradivarius, que construyeron instrumentos musicales de cuerda hasta hoy insuperados. Estos hombres tuvieron la genial aptitud de seleccionar maderas, dejarlas estacionar, ensamblarlas y fijarlas con tipos de breas excepcionales y luego escoger y elaborar cuerdas que estuvieran acordes con la alta calidad de sus cajas. El resultado fueron instrumentos absolutamente superiores que todavía hoy suenan en las salas de concierto del mundo para delicia de miles de oyentes. Pero ese instrumento musical necesitó siempre, y sigue necesitando, del ejecutante avezado que casi nunca se encuentra en el propio taller de construcción.

 

De esta historia del doctor Balestra podemos extraer que cada uno de nosotros siempre estamos en Cremona, porque cotidianamente enfrentamos el formidable desafío de construir no sólo nuestras vidas, sino también la amistad. De nosotros dependerá siempre el criterio de selección, pero a diferencia de los luthiers, a ese instrumento tendremos que ejecutarlo, para lograr, en nuestras vidas acordes y sonidos armoniosos de calidad y altura. Entonces, en el concierto de la vida, dependerá de cada uno de nosotros, para saber si estamos afinados o desafinados respecto a nuestra amistad y, en este último caso, cómo podemos convenir ejecutar mejor a la melodía. Como diría Roberto Carlos: “No preciso ni decir, todo eso que te digo. Pero es bueno así sentir que eres tú mi gran amigo”.

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