Mis amigas, las lechuzas

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

El lote, hasta no hace mucho cubierto por el maní, ya está libre. Quedó movido, porque el maní se arranca. El fruto es una legumbre, pero considerada un fruto seco, es de desarrollo subterráneo y, por lo tanto, cuando se lo cosecha se lo debe arrancar con una herramienta especial que contiene rejas y un sistema para que el racimo con los frutos quede expuesto en el suelo para su secado y posterior trillado.

 

Señalado este procedimiento, voy a mi preocupación. Se trata de la lechuza que en el verano tenía su nido cavado entre los surcos del maní, y donde estaban sus crías. En mis caminatas matutinas de ahora, después de ver cómo quedó el lote, me pregunté qué había sido de tales aves rapaces. No quería pensar que las arrancadoras hayan hecho tabla rasa al nido y mucho menos matar a la familia.

 

Junto a mi fiel perro Batuque, compañero de caminatas diarias, nos acercamos a la zona donde tenía el nido. Había desaparecido todo vestigio de él. Sin embargo, retomando el camino algo apesadumbrado y pensando en el destino de esa madre y sus crías, pronto, como si me estuviera adivinando el pensamiento, veo a una lechuza y dos lechucitas ya crecidas parados sobre el alambrado y chistando como para avisar que allí estaban y que aventara mis temores sobre ellos. ¿Serían aquellas crías que vi en el verano? Seguramente, porque eso fue en el mes de enero y ellas estaban bastante crecidas, así que cuando pasó la arrancadora a fines de marzo, ya habían abandonado el nido.

 

Mis frecuentes viajes al campo en cercanías de Puente Los Molles, desde hace más de 30 años, me permitieron amigarme con esta ave rapaz, porque desde muy pequeño, mi bisabuela -que era muy supersticiosa-, nos señalaba a mis hermanos y a mí que cuando alguna lechuza se posaba de noche sobre el campanario de la iglesia del pueblo alguien iba a morir. Algunas veces, lamentablemente, coincidía. Si eso hubiese sido cierto, Saavedra y los campos circundantes se hubiesen convertido en tapera… En fin, la bisabuela traía en su acervo cultural muchas de esas creencias que no tenían fundamento racional y, por lo tanto, atribuía carácter sobrenatural o mágico a determinados sucesos que proporcionaban buena o mala suerte.

 

Las sucesivas caminatas por los caminos rurales me permiten admirar la naturaleza y en especial a la fauna que en ella habita y que es muy respetada por quienes ejercen la noble tarea de productores agropecuarios. Es más, aprendí que las lechuzas nos ayudan a mantener controladas ciertas plagas, como los ratones, que suelen querer arrimarse a lugares donde se crían animales o aves, para alimentarse de la comida de ellos.

 

Y si de supersticiones se trata, creo que hay que buscarle la parte positiva, porque se dice que, si se posa una lechuza en tu casa, hay que alegrarse porque son símbolo de un buen augurio, además de traer buena suerte para tu economía y la de tu hogar. Así que estoy tratando de convencer a estas queridas aves rapaces que se unan y se hagan un viajecito a la Casa Rosada y al Congreso de la Nación, para que iluminen a esta manga de inútiles que nos gobiernan y que el pueblo reciba mejor suerte en la economía y en su vida de trabajo y personal.   

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