La felicidad de la cultura

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Me dio gusto estar en la 47° Feria Internacional del Libro cuando miles y miles de personas inundan los pasillos, los stands, las salas de conferencias y de presentación de obras.

 

Allí, se respiró la avidez de niños, jóvenes, adultos y adultos mayores no sólo por conocer por dentro a una propuesta cultural de enorme trascendencia sino por adquirir algún libro que les interesa, conocer la opinión de algunos autores o de las editoras que tienen la misión de exponer las mejores obras para un público amplio que excede los límites de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Conourbano, para extenderse a casi todas las provincias, a países limítrofes y a quienes están en las antípodas, como fue el caso de un matrimonio japonés, que en un español imperfecto, me preguntó dónde estaba el stand con libros de su país.

 

Pararme en una encrucijada de las muchas calles que se abrían en torno a los pabellones de la Rural me permitió observar extasiado el continuo ir y venir de los visitantes sintiéndose en medio del más grande shopping de la cultura. Maestras de jardines de infantes con largas filas de niños; maestros con alumnos de escuelas primarias; profesores con adolescentes de colegios secundarios; jóvenes universitarios; matrimonios, personas solas, muchachos y chicas tomados de la mano, conforman un conglomerado heterogéneo y, a la vez, compacto, que llena de esperanza ante una Argentina gobernada por desquiciados.

 

Los libros brindan conocimientos, historias, alas que nos permiten volar hacia países distantes con personajes ficticios o verdaderos, nos confrontan con nuestras ideas, nos ayudan a comprender al otro y así entenderlo y hacer práctico aquello que nos declama la democracia diariamente: que el otro me completa.

 

Esta semana pasada me olvidé de las miserias de nuestros gobernantes y de la oposición. Me centré locamente en la cultura, en sentir ese olor especial del papel entintado, en comprar libros para que lean mis nietos y para mi uso personal, en escuchar a los lectores y a los editores. En una reunión de la editora Intercoop, donde participo representando a la Asociación de Cooperativas Argentinas, la presidente de esa entidad cooperativa se admiraba que, por ejemplo, Ariana Godoy, una escritora de Estados Unidos, agotó en sólo cinco minutos las entradas para su charla con jóvenes en esta Feria y, a su término, firmó 1.000 libros.

 

Ahora, al momento de escribir esta columna estoy bajo mi biblioteca. No es la gran biblioteca, no es el gran anaquel de la 47° edición de la Feria Internacional del Libro, pero es mí biblioteca y a la atesoro fielmente porque mis padres, aún en la modestia de sus recursos, me enseñaron que se podía ser feliz leyendo una buena obra. Desde entonces soy feliz y lo seguiré siendo mientras haya un descendiente o un amigo que se alimente culturalmente de ella.

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