Presente que lastima

 

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

La Argentina que yo conocí cuando niño y adolescente, incluso me animo a señalar hasta los 22 años, era -con sus más y con sus menos- una Argentina donde existían oportunidades, y en la que se aspiraba, no sin esfuerzo y mérito, a superarnos día a día.

 

Sin embargo, desde hace más de 40 años -como la rana que se va cocinando a poco y no se da cuenta- nos hemos venido acostumbrando a la pobreza.

 

Según datos recogidos de distintas fuentes, en la década de 1970 la pobreza promedio fue de 5,7%, aunque ya en la década siguiente prácticamente se cuadriplicó al pasar al 19,6%. La década de 1990 volvió a crecer al ser del 26,4%, mientras que en la década del 2000 el salto volvió a registrarse al establecerse en niveles de 36,4%. Donde vemos que todas las décadas el número de pobres no paró de crecer en su promedio. La última medición, que es del segundo semestre del año pasado, afirma que la pobreza alcanza al 39,2 % de la población. Este es un presente que lastima.

 

Podemos buscar culpabilidades en las crisis económicas que ha vivido el país, en la mala praxis de la casta política-sindical, a los Estados Unidos, y a Mongo Aurelio… El problema está en el seno de nuestra sociedad. En nosotros, que hemos sido perezosos y siempre hemos buscado caudillos salvadores, que nos den la comida en la boca. Así nacieron los planes sin exigencias de búsqueda empleo, y que ahora se han transformado no sólo en algo imparable, sino también en una fuente de ingreso de unos pocos vivos que se hacen llamar “líderes sociales”. Tampoco nos hemos alzado buscando mejores alternativas cuando comenzaron a cambiar las reglas de juego en la década del ’90, y cuando se inició la mayor desocupación de la historia de nuestro país y la que aún seguimos padeciendo. La Educación se pauperizó y los sectores menos beneficiados por la distribución del ingreso resultaron blanco de ello, al no recibir una formación adecuada para hacer frente a las exigencias de los nuevos puestos de trabajo.

 

Esta Argentina pobre del presente y del futuro nos interpela a todos. Acá no hay excusas. Todos somos -en más o en menos- culpables de esta pobreza que afecta a más de 18,6 millones de compatriotas.

 

No se puede seguir exhibiendo esta decadencia nacional que nos avergüenza con razón y que avergonzarían a nuestros antepasados, que nos legaron esta tierra regada por su sudor en el trabajo febril, sus lágrimas de infinitos dolores, su sangre de heroicos combates. Pero si ellos pudieron, también nosotros podemos. Si en condiciones adversas, incomparables con las actuales, ellos pudieron sentar las bases de un país moderno y progresista, ciertamente está a nuestro alcance la reconstrucción, pero sobre la premisa de esfuerzo propio y ayuda mutua.

 

Tenemos que ser doblemente capaces y creativos para enfrentar este tiempo. Se precisa rebeldía en casi todos los aspectos de nuestras vidas. Cuando crecen las expectativas y no podemos satisfacerlas con inteligencia y capacidad, solo nos resta mirar en sus efectos el país donde podemos terminar todos. El saber hacer las cosas y el llevar adelante lo que se supone es parte de un modelo exitoso hacen parte de un desafío que como sociedad debemos iniciar y transformar.

 

Tampoco seamos ilusos. A todos nos espera una tarea titánica. Ningún país con tanta decadencia como el nuestro se levanta de la noche a la mañana. Habrá mucho dolor, habrá mucho que resignar. Hay que pagar con incomodidades esta larga borrachera que venimos acumulando. La resaca será dura, por eso, la gestión de las próximas administraciones y nuestro acompañamiento determinará el éxito o el fracaso de la democracia argentina.

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