No acallen la voz del pueblo

José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Reacomodando mi biblioteca me encontré con una carpeta con algunos artículos interesantes y, entre ellos, unos apuntes tomados a mano del discurso inaugural del entonces presidente norteamericano Bill Clinton, en 1993, alentando a revitalizar la democracia y aduciendo que, desde los albores de la civilización, la capital “es un lugar de intrigas y maquinaciones. Gente poderosa ejercita maniobras para ocupar posiciones poderosas y se preocupa eternamente de quién está en boga y quién no lo está, quién está arriba y quién está abajo, olvidándose de la gente cuyo trabajo y sudor fue lo que lo llevó a donde está y les paga por llegar allí”. Y más adelante, instó a los conciudadanos “a reformar el sistema político, de forma tal que el poder y el privilegio no acallen la voz del pueblo”.

 

En ese momento, habían pasado 10 años de nuestro reingreso a la democracia, pero ya vislumbrábamos que esta preocupación era muy sentida por nosotros, los argentinos. Eran los tiempos del “Caaarlos”, y ya sospechábamos por las cosas que ocurrían, donde los representantes “se olvidaban de la gente”, más preocupados por sus logros personales que por el destino de los ciudadanos de a pie, “cuyo trabajo y sudor” los llevó a donde estaban.

 

Treinta años después, los argentinos de aquellos años vimos que aquellas sospechas se cumplieron e inexorablemente se acentuaron y ampliaron. Como conjunto, la clase política y la sindical -esta última viene de lejos prostituyéndose- han logrado y sin sonrojarse el descrédito de las instituciones sobre las que se apoya la democracia republicana. Muchos de ellos han hecho de su representación un medio de vida e incluso de oficina de colocación de familiares en su entorno como asesores o directamente como empleados públicos, cuyo mérito es portar el apellido del “honorable miembro del Congreso de la Nación”, o ser allegado a algún miembro del poder Ejecutivo o del poder Judicial.

 

En cuarenta años de esta nueva etapa democrática, exceptuando a algunos ciudadanos que han cumplido honradamente con sus deberes públicos, la falta de ejemplaridad es notoria y la corrupción apesta.

 

Muchas veces en nuestros 213 años de historia como país, después de experiencias aciagas, comprendimos que había que reconciliar el poder con la virtud para que la democracia fuese posible, para que lenta y trabajosamente fuésemos ascendiendo por el camino de la civilización política, preservando las libertades que no debemos perder.

 

Hay que reaccionar ante el cinismo sin caer en la ingenuidad. Un gran argentino escribió hace mucho tiempo, que en política se miente, en política se mistifica, se oculta la verdad y se induce al error cuando se tienen intereses o privilegios que defender. Esto es así y está implícito, lo mismo que la corrupción, en la idea de poder.

 

Los argentinos tenemos ante nosotros la oportunidad de renovar el país, es decir, tenemos que renovarnos, para conseguir “que el poder y el privilegio no acallen la voz del pueblo”.

Escribir comentario

Comentarios: 0