Somos un país de robados

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Además de la inflación galopante, los argentinos estamos conviviendo con corruptos que se nos ríen en la cara. Alguno me dirá que la Reina de los Corruptos ha sido procesada y condenada, pero permítanme la duda de que realmente llegue a una condena definitiva mientras viva y que devuelva el dinero mal habido.

 

Se viene repitiendo hasta el cansancio que la corrupción mata. ¡Vaya si no lo sabemos!!! También produce daños económicos y debilita la fibra moral de los ciudadanos de a pie.

 

Como no se puede y no se debe negar la realidad, hay que reconocer que desde siempre conviven en todos los estratos de nuestra sociedad elementos que no se preocupan demasiado por la pulcritud de su conducta y practican, quizás sin haber leído el inmortal poema de José Hernández, la moral del viejo Vizcacha, que perdura en nuestras costumbres con el gracioso nombre de “viveza criolla”, que no es otra cosa que una mezcla de astucia y de falta de escrúpulos. También es verdad que en las alturas del poder económico, político y social no se viene practicando siempre una conducta inescrupulosa, exigente y ejemplar, como tampoco luce demasiado en ellas la vocación de servicio, la visión del destino común y las responsabilidades que le caben siempre a los sectores dirigenciales.

 

Sin embargo, no es la autocrítica salvadora la que fortalece la inteligencia y el coraje de la población en los momentos difíciles. Digo esto, porque por momentos sentimos que somos un país de náufragos, un pueblo sin destino. Otras veces, pareciera que compartimos la injusta creencia de que somos hombres y mujeres con un bajo perfil moral, algo así como un montón de sinvergüenzas o de cómplices. Ni lo uno ni lo otro. No somos un pueblo corrupto, tampoco un país de náufragos.

 

Hombres y mujeres de todas las edades, de todos los sectores y de los más diversos lugares del país acuden a su trabajo, cuidan a sus hijos y se ganan el pan con su esfuerzo honrado. Estos se distinguen abiertamente de los corruptos, de los oportunistas, de los tramposos, de los mentirosos, de los vende humo.

 

Los ciudadanos de a pie, los que salimos todos los días con la frente en alto para hacer lo que debemos hacer sin trampa, debemos rechazar la idea insidiosa de que todos somos culpables de todo lo malo que ocurre, tal cual nos lo dice la vocera presidencial y hasta el mismo presidente de la Nación.

 

A nuestro país, a lo que aún tiene de valioso nuestro amado país, lo hicieron los laboriosos, los decentes, los que siguieron con la trayectoria de los fundadores que practicaron la moral del trabajo desde los días iniciales de nuestra nacionalidad. Esto es lo que vale y debe potenciarse entre los hombres y mujeres de bien para que nadie se confunda y terminemos creyendo que somos un país de ladrones, cuando en verdad es que somos un país de robados.

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