En las puertas del infierno

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Los argentinos seguimos en el horno. Esta canícula inédita de la que no se tienen registros desde, al menos, hace 60 años; sumado a la inflación, la alta presión impositiva, la mala praxis de la política, la corrupción y el clientelismo, las extorsiones, la extrema pobreza de muchos ciudadanos, la magra jubilación de innumerables trabajadores después de haber aportado durante toda su vida, etcétera, nos ponen a los argentinos en la antesala del infierno, es decir, es como que estamos conociendo en vida lo que nos espera si seguimos justificando los pecados y no nos arrepentimos…

 

En nuestra República Argentina la democracia siempre ha estado en crisis. El problema es que nosotros, los argentinos, no nos hacemos cargo. Nuestra última etapa democrática, después de golpes militares entre 1930 y 1983, ya tiene 40 años de existencia y no sólo no hemos sabido cuidarla, también la hemos degradado con nuestra anomia dejándola en manos de gente inescrupulosa que no sólo mira su propio ombligo, sino también cuida de que su patrimonio, por vivir de la política, siga creciendo a expensas del pueblo, para que sus hijos, nietos y bisnietos no tengan apremios económicos.

 

La democracia ha perdido el sentido de orientación porque nosotros rompimos la brújula de la Constitución Nacional y hemos dejado de mirar al firmamento en búsqueda de aquellos valores que deberían guiarnos hacia un mejor destino. Es cierto, la democracia es crítica. Lo es para la República y también en cada una de las entidades e instituciones que conformamos los ciudadanos de a pie. Consultar al otro significa la posibilidad casi matemática de discrepar. Imaginar una democracia de calma chicha es una creación maliciosa de autoritarios disfrazados. Hay que volver sobre el eje del “demos”, es decir, el pueblo, el común, porque el otro con el que convivo me es imprescindible.

 

En nuestra Argentina, cuesta mucho aceptar al distinto; mucho más valorarlo. Ortega y Gasset señala que vivir es convivir, no por el sólo placer de vivir juntos sino de hacer algo juntos. El proyecto es una aventura colectiva que cohesiona a una comunidad. Esto también, más allá de los políticos -porque el que nace barrigón es al ñudo que lo fajen- debería ser tenido en cuenta por los productores de base y los dirigentes de las instituciones que los representan cuando se juntan, como lo fue el pasado 28 de febrero en Villa Constitución, donde se hizo mucha catarsis, pero no hubo cohesión acerca de un proyecto común para enfrentar a un Gobierno que sólo desea de ellos, egoístamente, el fruto de su trabajo; aun cuando la sequía les ha llevado buena parte de su capital. Es cierto que los náufragos no tienen buenos modales, pero para salvar a muchos de este naufragio productivo es preciso actuar solidariamente, sentir más empatía entre pares, y preceder con más neuronas y menos hormonas, coadyuvando a construir un plan que cohesione a la mayoría. Caso contrario, continuaremos en las puertas del infierno, y con la llave en la mano…

Escribir comentario

Comentarios: 0