La tormenta perfecta

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Mientras que en las diferentes facciones del peronismo-kirchnerismo-cristinismo y en las de la oposición, llámese radicales y todas las líneas internas de Juntos por el Cambio ya se están midiendo el traje o el vestido que lucirán en las próximas elecciones presidenciales, en las entrañas de nuestra Argentina se está gestando la tormenta perfecta.

 

La temporada estival ha sido “heavy” (pesada, en su traducción), no solo por la sequía que se viene arrastrando desde el año pasado, sino también por las inusuales altísimas temperaturas, combinadas con heladas tempranas en febrero, produciendo un combo difícil de digerir en los cultivos de granos gruesos en buena parte de la zona productiva nacional, que ya venía de un rotundo fracaso con el trigo y la cebada. 

 

A todo esto, los impuestos no bajan -al contrario, hay funcionarios que piden se aumenten aún más-; las retenciones siguen vivitas y coleando; el gasto público está por las nubes; las tasas para sacar un crédito ya llegan a la estratósfera; están vedadas las importaciones de bienes estratégicos; existen resoluciones que limitan el financiamiento al sector agropecuario; la bendita reforma fiscal que debería concretarse desde hace décadas está a la deriva y nadie la quiere tocar; lo mismo ocurre con la ley de semillas; poseemos una Ley de Emergencia Agropecuaria revieja y el seguro multirresgo parece contagiado de lepra porque ningún gobierno se quiere acercar; las economías regionales están olvidadas desde hace mucho; ahora se suma la gripe aviar,  entre una larga lista de cuestiones sin resolver.

 

Por eso, nada hace extrañar que la movilización del martes 28 de febrero en la localidad santafesina de Villa Constitución sea multitudinaria y flote sobre ella el fantasma del desenlace de una tormenta perfecta, porque la presión es enorme y los productores comenzaron a cansarse de seguir alimentando con sus impuestos y su trabajo a un Estado corrupto, autoritario, incompetente, nepotista y clientelar.

 

Si los políticos están dormidos, sumidos en sus egoístas sueños de poder, ruego que el grito del 28 de febrero los despierte y ponga en alerta, porque ya en el 2008 el protagonismo del campo junto a muchísimos honestos y trabajadores ciudadanos del sector urbano puso a un Gobierno contra la pared ante tanta voracidad fiscal y la creencia de que podían ir por todo. Parece que la lección no fue aprendida.

 

La nueva etapa democrática que nació en 1983 lo hizo con esperanza y se quedó en ello. Salvo algunas nobles acciones, desde entonces han pasado 40 años donde la idea de refundar la República ha sido sólo una ilusión porque no hemos sido exigentes a la hora de elegir a nuestros representantes y mucho menos en pedir explicaciones y hacerles sentir nuestro aliento en la nuca. Al contrario, hemos sido tan dóciles que nos dejamos convencer por una clase dirigente vieja, egoísta y autoritaria.

 

Las naciones no se funden, no explotan, pero alguna vez se puede producir un punto de inflexión donde todos los factores apuntan a que se produzca una tormenta perfecta, porque la perversión más cruel ha sido incluso que aquellos valores como la paciencia, el estoicismo o la resiliencia pasaron a convertirse en defectos de carácter y sometimiento antes que paradigmas sobre los que es posible construir un imaginario nuevo primero y un desarrollo real después.

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