Pobreza

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

En la semana que pasó el Papa Francisco señaló un dato de la realidad cuando advirtió: “En el año 55, cuando terminé mi escuela secundaria, el nivel de pobreza era del 5 %, hoy la pobreza está en el 52 % ¿Qué pasó? Mala administración, malas políticas”.

 

Más allá de lo que haya interpretado el Gobierno actual y, en especial la vocera presidencial, cuando comenzamos a revisar hacia atrás buscando respaldo en fuentes fidedignas, y no recurriendo a la memoria -que a veces nos puede jugar una mala pasada-, me encuentro con un editorial del periódico La Cooperación, del 24 de enero de 1995, en el que se da cuenta de esto bajo el título: “La nueva pobreza”. Para ponerlos en contexto, gobierno de Carlos Saúl Menem.

 

Dice la columna que “las preocupaciones por los problemas del día a día no dan tiempo para mirar, con la perspectiva adecuada, las transformaciones que se produjeron en los últimos quinquenios en la sociedad argentina, en la que se dio un proceso de empobrecimiento general y la caída de nuevos sectores en la pobreza, cuyo crecimiento relativo entre 1980 y 1990 fue del 67,4 %, con una característica: mientras el grupo de los pobres estructurales se mantuvo estable en ese lapso, el de los nuevos pobres creció un 338,1 %, como lo consigna un documento de trabajo de UNICEF Argentina, crecimiento que se debió al desempleo, a la falta de cobertura de salud, y a la precariedad laboral, entre otras causas. Esta situación, lejos de mejorar ha empeorado, si se tiene en cuenta que cerca de 3.500.000 personas estaban desocupadas o subempleadas al 31 de octubre de 1994”

 

Y prosigue el editorial: “Los nuevos pobres pertenecen a familias que provienen de distintos estratos sociales, que descienden a ritmo y velocidades diferentes, con tipologías que probablemente mantendrán en el largo período de pauperización que les aguarda, a juzgar por las perspectivas que presenta la realidad económica y social de la Argentina y los demás países de América latina. Las posibilidades de ascenso social que durante un siglo caracterizaron la sociedad argentina se han revertido en una suerte de movilidad social al revés que nivela hacia abajo”.

 

Más adelante, el editorial de La Cooperación del año 1995 refleja que “en términos macroeconómicos un porcentaje cualquiera de desocupados o subempleados es apenas una cifra que no pareciera corresponderse con algún contenido humano: el duelo de las frustraciones personales, el temor por el futuro, la inseguridad constante. Muchos tecnócratas que, al decir de Galbraith, olvidan al parecer que la economía es para la gente y que la prosperidad se mide por la elevación mensurable del nivel de vida”.

 

Concluye señalando que “el título de la nota debió ser: ‘Los nuevos pobres’, porque la pobreza no es más que una categoría del pensamiento. Existen los pobres, que son personas de carne y hueso a las que el contexto de la economía margina menguando su dignidad”.

 

Desde la década del ’90 hasta la actualidad esta situación de la pobreza no sólo se fue ampliando sino también agravando, ya no por cuatro años de gobierno de Mauricio Macri y apenas dos años de De la Rúa. Después de que Menem vendió las joyas de la abuela y precarizó el empleo, la fiesta del partido gobernante actual -con mirada de izquierda, pero de vida de magnate- continuó acentuando esta condición de nuevos pobres, manipulándolos con planes sociales, y con sindicatos que siguen poniendo palos en la rueda a aquellos empresarios que no se prestan a coimas y aprietes.

 

Aristóteles dijo -y no Perón- que “la única verdad es la realidad”. El Papa Francisco, por fin, puso blanco sobre negro.

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