Un espectáculo único

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Son las 5 de la mañana y, tal cual lo indica el adelanto del clima del celular, comienzan a caer las primeras gotas. Se siente el tintineo de la lluvia en la claraboya del techo del sanitario, y me dan ganas de ir a despertar a mi cuñado, que descreía del pronóstico. No es para menos. La sequía es notoria y las altas temperaturas, rayanas a los 40 grados, se hacen sentir en los cultivos de soja, maíz y maní. A sus 65 años, y después de haber pasado por innumerables vicisitudes climáticas y de su inseparable y ávido socio de bolsillos rotos llamado Estado, a veces le hacen perder la perspectiva de la esperanza. Entonces, reflexiono, me acerco a la ventana y bajo la persiana de su dormitorio, para que la lluvia no entre a la pieza y lo dejo seguir durmiendo, siempre acunado con la música que a esa hora pasa “Noche y día”, un tradicional programa de la radio Cadena 3, de Córdoba.

 

Me asomo a la galería y los truenos se hacen escuchar en la lejanía. Me apuro a preparar el café y enchufo el celular para que tenga la carga máxima porque intuyo que los muchachos que están de guardia en la Cooperativa Eléctrica de Carnerillo, seguro que van a cortar la electricidad. Dicho y hecho. A las 5,30 en punto, cuando la tormenta se hace sentir con los primeros relámpagos, sobreviene el corte. Menos mal que en un viaje a Buenos Aires habíamos comprado con mi esposa unos veladores a pila, que me ayudan a alumbrar lo necesario como para terminar el desayuno.

 

A las 6 de la mañana la lluvia comienza a caer vigorosa y, por momentos, los relámpagos iluminan todo el interior de la cocina. Es momento de sentarme en la galería para disfrutar de la precipitación. El sillón es cómodo y a medida que la tormenta se transforma en lluvia mansa, salen a disfrutar de esta bendición los patos y algunas gallinas. Algunos trinos de pajaritos se oyen desde los árboles que circundan la casa de campo. Los teros apagan su sed en los charcos que se van formando en el amplio patio. Y me imagino el aplauso y los vítores inaudibles de los cultivos que rodean el casco.

 

La lluvia sigue cayendo, los charcos se van agrandando y siento la alegría de estar disfrutando un espectáculo único, ubicado en primera fila. San Isidro Labrador aprieta, pero no ahorca…  

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