El dueño de todos los fuegos

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

La noche es calma y el cielo se ilumina cada pocos segundos. “Está pesado” me digo para mí mismo, mientras que los rayos no cesan. Entre tanto y tanto, apenas se hace audible un trueno pero comparado con el espectáculo de luces, apenas pasan desapercibidos. Dicen por ahí que a mayor carga de electricidad, menores posibilidades de lluvia, las llamadas tormentas secas, con poca capacidad de agua y con la misma evaporándose antes de llegar al suelo.

 

Muchas veces se habla de accidentes y de incidentes, estos últimos la previa de los primeros, es decir, todas situaciones que podrían ser prevenidas, algo que por aquí pocas veces se hace. Por eso no hay que andar mucho para salir a la primera ruta fuera de las ciudades o de los pueblos y encontrarse que las banquinas, no existen: son un lugar poblado de ryegrass, cebadillas, cardos y otras floras, fruto por un lado –y a Dios gracias- de las buenas lluvias que ha habido en varios puntos del sudoeste, pero muestra fiel de lo ausente del estado, no me importa de que jurisdicción (municipal, provincial o nacional), pero lo cierto es que todos esos ámbitos, hoy, están con un fósforo en la mano esperando culpar del primer incendio, al “productor que no hizo contrafuegos”, al que cosechó con demasiado calor, al que arrojó una colilla por la ventana, al tren –y casi siempre es el tren- como responsable de gran parte de los fuegos, ya que tarde o temprano, entre la falta de mantenimiento de los costados de las vías, sumado al eterno mal andar de rodamientos, son los causales de no menos, del 70% de los incendios a partir de esta época.

 

Y como al perro flaco no le faltan pulgas, estos tiempos de máxima vegetación, suelen coincidir con la senescencia de gran parte de la vegetación de la zona –es decir, el secado-, con las mayores temperaturas que años como este suelen aparecer en Diciembre y lógicamente el convidado eterno de nuestros pagos, el viento, de cualquier cuadrante, el norte con el soplete encima y su exageración de cualquier temperatura ambiente, o el sur, con su fuerza y su constancia, en esas rotaciones que siempre le ponen los pelos de punta, a cualquiera que le toque estar comandando algunos fuegos.

 

Dicho todo esto, el estado difícilmente diga presente, ese mismo estado que vive regalando a quienes no deben y tal vez debería ponerse al frente, a la hora de apoyar a un productor, que tendrá que salir a gastar –porque este sí que es un ítem difícil de encuadrar como inversión- cientos de litros de gas oil, decenas de horas hombre y máquina y así y todo, esperar que el fuego arranque por ineficiencia de vialidad, del ferrocarril o imprudencias ajenas y costearlo de sus bolsillos esperando además, que algún “jetón de turno”, salga a señalar la falta de cortafuegos, la desidia del productor, etc, etc.

 

Lo cierto es que el mejor fuego es el que no se inició, pero estamos en una zona, donde la naturaleza de por sí, utilizo toda su vida este método, para regenerar sus ciclos, basta con buscar el nombre y las razones por las cuales los indios locales, llamaron a este sitio, “Tierra del diablo”.

 

La casi ausente población en los campos, la agriculturización de muchos lotes, el cierre y abandono de caminos, la falta de personal realmente capacitado para la lucha y el control de este tipo de eventos, son parte de lo que termina siendo siempre, la tormenta perfecta, pero que jamás tiene por delante, la prevención, la difusión, la inversión y el conocimiento que el estado, debería tener y poner en práctica.

 

Este año, ningún incendio será por accidente, todos, absolutamente todos tendrán responsables y culpables, pero desde aquí permítanme sentenciar anticipadamente al gran ausente de siempre y que alguien sabiamente alguna vez tituló: nuestro socio en la cosecha.

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