Me resisto

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Me resisto a pensar que nuestro país no tiene arreglo. ¿Qué hemos hecho de esta democracia que resurgió en 1983? Si se dice que se luchó tanto para deshacernos de los gobiernos de facto, ¿por qué volvemos a caer en prácticas hegemónicas? ¿Por qué seguimos atados a los humores de una vicepresidente y a un presidente de la Nación que está pintado en un cartón? ¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando una casta política que se mira su propio ombligo y se olvida de quienes los sostienen no sólo con sus votos sino también con el pago de los impuestos?

 

Me resisto a pensar que nuestro país no tiene arreglo. Existe una Constitución Nacional que es la Ley de Leyes, sin embargo, en nuestro país los políticos se limpian la cola con sus páginas, y que deberían ser veneradas porque fueron escritas después de que corrió mucha sangre. En el espíritu de esa Constitución Nacional están “Las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, escritas por el polifacético tucumano Juan Bautista Alberdi.

 

Aquella primigenia Constitución de 1853, basada en el visionario proyecto de Alberdi, catapultó el país hacia una prosperidad sin precedentes. Algunos me dirán que hubo inequidades en aquella prosperidad. Por supuesto, pero hubo hombres y mujeres de acción que las fueron corrigiendo. Nada es perfecto, pero sí perfectible. Por eso se acuñó por mucho tiempo la palabra y la acción denominada “progreso”. Había ascenso social porque se trabajaba de sol a sol y se hacían sacrificios para lograrlo.

 

Hoy, como si fuéramos caníbales, nos estamos fagocitando. Hemos logrado lo contrario. Hemos invertido la fórmula del esfuerzo, del progreso y del ascenso social por la de igualar para abajo, como una deriva de una distorsionada concepción de la justicia. Igualamos para abajo en la educación y eso es lo más grave, porque estamos hipotecando el futuro de las generaciones futuras y de nuestro propio país. De alguna manera, estamos repitiendo aquel viejo slogan de “alpargatas sí, libros no”.

 

El poeta cordobés Arturo Capdevila señalaba que la tarea más formidable de aquél que tenga a su cargo la educación de un niño o de un adolescente es lograr que éste se “encuentre”, es decir, sepa cuáles son sus aptitudes y sus falencias; sepa quién es. Y completaba su concepto indicando que, además, la tarea fascinante de la pedagogía, de la valiosa empresa del maestro, consiste en ayudarlo para que se “invente”; sepa quién quiere ser. Porque de esta manera tratará de ser el novelista de su propia novela. Esa aventura del espíritu lo acompañará mientras viva.

 

Cuando igualamos para abajo, especialmente en la educación, no sólo los niños y adolescentes no saben quiénes son, sino que tampoco saben quiénes quieren ser. Y ahí son presa fácil de los embusteros de siempre, de una casta política que los utiliza para su propio provecho. Así estamos. Así hemos llegado a esta fase de decadencia que observamos por doquier.

 

A pesar de esto, me resisto a pensar que el país no tiene arreglo, porque aún creo que existe en la Argentina gente que piensa, que se interroga, que es honesta, diferente, y a la que le falta salir del anonimato, de la anomia e incluso de su zona de confort. La Constitución Nacional, la Ley de Leyes, necesita mujeres y hombres cabales que la puedan aplicar.

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